Recuerdo, querida Laila, que, cuando yo era católico, se rezaba todos los días por "las intenciones del Papa" (sic). Hoy no sé si se seguirá haciendo lo mismo. El caso es que rezar por las intenciones del Sumo Pontífice no debía de ser para que el Papa tuviese buenas intenciones, pues entiendo que las buenas intenciones al Papa se le suponen, como a los soldaditos el valor en la mili. Tampoco creo que estas intenciones papales se refieran a la determinación u objetivos que la voluntad pontificia pudiese tener en orden a un fin, sino más bien se trataba de rezar por las mismas cosas que el Papa rezaba. Viene esta digresión a cuento de que, desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco ha gozado y goza de primeras planas con referencias a las intenciones que tiene para desarrollar determinadas iniciativas que se perciben como renovadoras y cercanas a los intereses y mentalidades de los ciudadanos en general y de la mayoría de los fieles en particular. Así fue con la comprensión expresada hacia los homosexuales (no, por cierto, hacia la homosexualidad) o a aceptar y acoger a los divorciados y vueltos a casar, por lo civil claro está. Ahora, el Papa anuncia su intención de conceder el orden sagrado del diaconado a las mujeres, en un gesto que se interpreta como un paso adelante para la equiparación de género dentro de la Iglesia. Así ha sido publicado, ponderado y alabado en muchas primeras páginas de todo el mundo. Se habla incluso de un gesto feminista del Papa. Feminista y valiente, pues al tiempo se destacan las resistencias que estas "intenciones" del Papa encuentran en el sanedrín episcopal y clerical, fuertemente conservador, si no reaccionario. Un ejemplo meridiano de estas resistencias lo acaba de dar el conspicuo cardenal Cañizares con sus recientes declaraciones doctrinales de rancio sabor homófono. En todo caso, no me resisto a analizar un poquito contigo, querida amiga, los anuncios y decisiones del papa Francisco para calcular los resultados que pudieran tener, más allá de las pontificias intenciones, que tienen un valor relativo porque, como dicen que decía Bernardo de Claraval, "el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones y el cielo de buenas obras". Es decir, que más que las intenciones deben contar los hechos y resultados.

Pues a ello. Creo, querida, que el anuncio papal de ordenar diaconisas, aún en el caso de que lo consiguiese, significaría muy poco o prácticamente nada en la equiparación entre mujeres y hombres en la jerarquía de la Iglesia. Creo que no significaría ni siquiera un paso, y mucho menos un paso novedoso. De hecho, diaconisas ya las hubo y ejercieron su ministerio en los primeros tiempos del cristianismo, sin más significado que el del servicio más doméstico en la Iglesia, siguiendo uno de los dos papeles que los evangelios reservan a la mujer: el de Marta, que se dedica a sus labores y a servir a Jesús en los cuidados domésticos, y el de María que, enamorada, se dedica a la pura contemplación embelesada de su amado. Las diaconisas son Martas de la comunidad. San Pablo reconoce su papel en una de sus cartas. El mismo San Pablo que con toda claridad afirma que "las mujeres en la Iglesia callan". Por eso creo, querida, que a esta decisión del Papa, de recuperar las diaconisas, se le ha dado demasiado bombo y, salvando las intenciones, escaso efecto tendrá en la valoración de la mujer en la Iglesia católica. Es más, esta medida puede contribuir a retrasar la que de verdad sería igualitaria, que no es otra que la pura y simple ordenación sacerdotal de las mujeres, como muy acertadamente hacen ya otras confesiones cristianas más al día y más al loro. Esto sí sería realmente significativo.

Un beso.

Andres