Marcado a fuego por la urbanización Fadesa y una monumental hipoteca de 21 millones como responsable subsidiario del pago a los expropiados, Miño parece reinventarse. Considerado uno de los símbolos del pelotazo en no pocos programas televisivos de cobertura estatal, las últimas decisiones municipales reveladas por este diario son noticia por todo lo contrario. El Consistorio pretende eliminar las urbanizaciones planeadas durante los años de la burbuja inmobiliaria en zonas de relevancia ambiental y patrimonial como el Camino Inglés, e incluso recalificar parcelas urbanas como rústicas, caso de la colonia prevista junto al río Baxoi.

La modificación del plan general afecta a más de un millón de metros cuadrados, lo que implica la supresión de 1.185 viviendas potenciales. La apuesta por preservar la ruta jacobea o las marismas tiene una especial trascendencia en este ayuntamiento de casi 6.000 habitantes y evidente mala prensa por el ladrillazo. La oportunidad para darse a conocer por sus banderas azules, su privilegiado enclave paisajístico en plena Reserva de la Biosfera o la acción de numerosos emprendedores comprometidos con el desarrollo local está servida y constituye una vuelta de tuerca.

Ahí está Cristina y su valiente apuesta por una variedad autóctona como la cebola chata de Miño, una delicatessen que enamora a los mejores chefs. O Fernando y su renovada oferta hostelera en este crisol junto a la ría, ideal para disfrutar de una maravillosa jornada cualquier día del año. O la sede de la Granxa O Cancelo que llena A Coruña, Galicia y más allá de bicos de xeado. Son solo tres ejemplos pero hay muchos más. Hay esperanza para un nuevo Miño más allá del ladrillo y la estacionalidad veraniega de alquiler y venta de apartamentos cerca de la playa.

Ojalá no sea un canto de sirenas, como la decisión del Ayuntamiento de A Coruña de evitar que la fachada portuaria acabe convertida en un parasol de nueve plantas O que los terrenos de la vieja cárcel, A Maestranza y La Solana recuperen su titularidad municipal. Son síntomas de sentido común, de que algo hemos aprendido, de que no es un buen negocio insistir en las prácticas que nos llevaron a un desastre que todavía estamos pagando.