"El mayor éxito de los pedagogos en los últimos treinta años ha sido despojar a varias generaciones de las herramientas intelectuales para comprender racionalmente el Mundo".

(Antonio Muñoz Molina)

España se asemeja mucho, hoy todavía, a aquel universo intrincado y confuso que El Bosco pintara hace quinientos años.

En el presente, el mundo nuestro es también una frágil esfera transparente, en cuyo interior, disputándose los espacios que enjardinan dragos y palmeras, se alternan hombres monstruosos y bestias horribles entre paisajes dislocados y ríos laberínticos y arpas y zanfonas procaces y gaitas escrotales y obscenos alambiques y matraces y falos que son pináculos o cuchillos con orejas y cópulas y fornicaciones y monjas que son cerdos o cerdos que son monjas y vómitos y defecaciones?

A veces creo reconocer incluso la cara de algún Pujol o localizar el exacto vertedero de toda la carroña identitaria, que, a despecho de una escuela que lo fuera, aún atrae tanto al buen pueblo como el pecado a las depravadas criaturas de El Jardín de las Delicias.

A despecho de ella, sí, porque la escuela, distraída pero emperifollada, sigue siendo en España prodigiosa máquina de alienación. Soberbia industria que propone como hallazgo un permanente y constante "aprender a aprender", una nonada graciosa pero irresponsable, algo así como un tiovivo rutilante y festivo del que, tras girar y girar interminablemente, un buen día bajan los alumnos en el mismo lugar donde hace años subieron a él.

Porque la nuestra es una escuela lisérgica que, concebida sin cordura ni rubor como enorme factoría de súbditos, pretendió antes una quimérica igualdad social que el aprendizaje. Como si Felipe González y Alfonso Guerra y J.A. Maravall y Álvaro Marchesi y Alfredo P. Rubalcaba y José L. Rodríguez Zapatero -él podría- ignorasen que nunca se puede repartir por igual el conocimiento que acerca a las personas porque elimina diferencias. Ni siquiera una democracia que mereciera su nombre, podría hacer más que disponer los medios necesarios para que los desfavorecidos pudieran realmente alcanzarlo con la contribución inexcusable de su aptitud y de su esfuerzo.

Entre la libertad y la servidumbre poco más hay que la capacidad de elegir y no podrá elegir el necio, sin saber ni criterio; y nadie que no se instruya debidamente los alcanzará; y no llegará a ser instruido quien no se esfuerce más o menos para lograrlo, según la Naturaleza provea y las circunstancias exijan.

Por si fuera poco, ese trazado y perenne espectáculo escolar se ha revelado ya muy dañino. Lo que empezó siendo un panem et circenses, un clemente juego social que rescatase a los más sufridos del rigor de sus afanes diarios y congojas, puede ser mañana un "vivan las caenas" porque hoy es un fango emputecido en el que -sin mirar más que al gobierno y a quien pretende sustituirlo- medra un colosal agujero intelectual y cultural que algunos simples, algunos con varios y regalados doctorados, tratan de rellenar con una gutapercha que no admite discusión ni contraste.

Desde que se desatendieron la lectura y la escritura como práctica habitual en la escuela primaria, todo ha ido de mal en peor y las palabras, que habrían de llevar a todo conocimiento, han sido desposeídas de su contenido y atiborradas de pretenciosa y subvencionada banalidad. A tal punto que en ese empeño interminablemente niño, en ese lelo y continuo "aprender a aprender" que es coartada de la estupidez, la escuela transmite la condición servil emboscada en el lenguaje. Un lenguaje trucado, un lenguaje que por falsario no libera pero somete.

Alguien tendría que explicar por qué en España, donde la educación es ya derecho universal reconocido de antiguo pero también obligación, muchos -¿un 20%?- alumnos acaban sus ciclos escolares como analfabetos funcionales. No entienden ellos lo que leen y, cada día más lejos del lenguaje articulado, arrastran insuperables dificultades para hablar y escribir.

Alguien tendría que explicar la tristísima incompetencia de nuestros escolares, en castellano como en gallego. Alguien tendría que explicarlo, desde luego, y el próximo gobierno -acaso muy parecido a otros que lo desatendieron- haría bien en considerarlo uno de los problemas más importantes y más urgentes.

Hace quinientos años que El Bosco nos retrató como hombres a medias, hombres con pies o cabezas de pájaro, hombres, sin palabra ni criterio, trágicamente desnudos ante quien manda en este mundo engañador y bestial.