El mes de mayo, querida Laila, acabó con una noticia inquietante: cuarenta y seis millones de seres humanos viven todavía en la esclavitud, situación que se incrementó en un 25% en los últimos dos años. Es decir, que lejos de erradicarse tras su abolición general y legal, la esclavitud aumenta y es una práctica que, de una forma o otra, se produce en todos los continentes y prácticamente en todos los países. A nuestro lado hay personas que son propiedad de otras que disponen sobre su vida, las venden y las compran para su uso, goce o abuso. Es verdad que 46 millones de esclavos en relación a los 7.500 millones de seres humanos pueden parecer pocos, pero también lo es que esta práctica que repugna a la conciencia colectiva, que ha sido legal y generalmente abolida tras complejos y duros procesos de confrontación social, de debates arduos e incluso con sangrientas guerras por medio persiste e incluso crece. Como en casi todas las aberraciones, crímenes, genocidios y guerras la mayor parte de las víctimas de la esclavitud son niños y mujeres. Ante estas noticias primero pensé sobre lo lento y duro que resulta para la humanidad alcanzar la libertad plena y la emancipación real de los individuos y el respeto a su dignidad, pero en seguida me alarmó mucho más el entender que este hecho de la supervivencia de la esclavitud no es otra cosa que la punta del iceberg del abuso, del dominio sobre las personas y de la subordinación de millones de seres humanos a la voluntad y a los intereses de otras, también para uso disfrute y abuso. Cabe preguntarse que, si la esclavitud persiste, qué no sucederá con la servidumbre de corte feudal, donde no podías vender personas de una en una, pero sí traspasar el dominio sobre ellas ligado a la tierra, al feudo. De esta relación de servidumbre también se deberían hacer estadísticas y estimaciones para saber dónde en realidad estamos. Por no pensar ya en la explotación pura y dura del proletariado y de lo que hoy ha dado en llamarse el "precariado". Pero creo querida que la parte más amplia y densa de este maldito iceberg lo conformáis, sobre todo, vosotras, las mujeres porque sois la mitad de la humanidad realmente subordinada o sometida al uso, disfrute y abuso de la otra mitad, lo que sigue teniendo carta de naturaleza y de normalidad y cuya superación inquieta y perturba, por ejemplo, a elementos como el cardenal Cañizares que considera una amenaza vuestra emancipación, a lo que él llama ideología perversa de género. Es como ves el drama humanitario del uso, abuso y disfrute, es decir, de la propiedad que unos seres humanos ejercen sobre otros. Sigue habiendo, pues, amos y esclavos, siervos y señores, patronos y proletarios y, lo peor, machos y hembras, todo ello en clave de dominio de unos sobre otras.

Como ves, querida, el combate por la igualdad entre las personas, por los derechos humanos y por la dignidad parece que no ha hecho más que empezar y debe ser este combate objeto primordial de la política, la economía, la educación, la cultura y hasta de la sanidad, que los pueblos y los Estados deben abordar.

Estas son las cosas de comer de las que deben hablar nuestros políticos, sobre todo, en campaña electoral porque hemos de escrutar muy bien los electores a dónde nos llevan las propuestas de unos y otros y si las medidas que proponen potencian nuestra dignidad, nuestra libertad, la igualdad entre todas las personas y el repudio de toda esclavitud, servidumbre o explotación. Porque, querida, puede muy bien suceder e incluso es frecuente que ciertos programas políticos, exacerbando al máximo el sacrosanto derecho de propiedad, tiendan ha hacer permanente la vieja esclavitud, aunque sea vestida de lagarterana.

Un beso.

Andrés