Después del estrepitoso fracaso y espantoso ridículo de la aplicación de las pruebas de 3º y 6º de Primaria en la mayor parte de las CC.AA., el Ministerio de Educación debería de haberse hecho el haraquiri, no le han seguido ni los suyos, en las pocas comunidades que amagaron con cumplir con la Lomce. El colmo del absurdo fue el presidente gallego usando en los medios, sin cortarse un pelo, la palabra tabú: reválida. Ni él se enteró de que no querían que se le llamase así. El primer problema lo tiene la RAE, ya no puede definir "reválida" como el examen que se hacía al acabar ciertos estudios, como el bachillerato. En todo caso queda claro que revalidar es confirmar la validez, corroborar, ratificar, reafirmar? algo que ya está conseguido. Don Miguel Gila diría aquello de "aquí alguien timó a alguien hace más de 40 años y alguien quiere volver a engañar a alguien, ahora".

El 5 de abril todos los grupos, menos el PP, acordaron la paralización de las reválidas; los representantes de padres y madres, docentes y estudiantes también se oponen. ¿Por qué esta descalificación tan abrumadora? ¿Por qué el gobierno se pone de perfil?

La reforma educativa del final del franquismo (1970) ya intentaba superar la rigidez del sistema, ante el fracaso de las pruebas memorísticas, con la supresión de las "temidas reválidas", introduciendo la evaluación continua.

Sin embargo, en los últimos años el auge de este modelo neoliberal, tecnocrático y conservador, ha llegado cuando ya es cuestionado en muchos países del Norte. Ya han comprobado que la fiebre examinadora no trae "mejoría". La experiencia de EEUU indica que ha reforzado la mediocridad del sistema.

Este modelo de evaluación no está al servicio de la mejora de la educación, sino a segregar más que a identificar problemas y buscar soluciones. La evaluación sirve para seguir educando y hacerlo mejor, hacen falta medidas y recursos, después se deben rendir cuentas. Hay que darle la vuelta al calcetín, no se puede seguir utilizando la evaluación como mecanismo de promoción o exclusión. Hemos de cambiar el enfoque de los exámenes y las reválidas como estrategias de legitimación de una clasificación, como naturalización de una selección social por vía académica. En la educación, y más aún en la obligatoria, la evaluación debe tener una función formativa, de ayuda al aprendizaje. Una carrera constante de obstáculos y superación de pruebas y reválidas al final de cada etapa es antipedagógica, sancionadora y excluyente. Es apostar por un modelo de enseñanza basado en la presión del examen, frente a otro centrado en las necesidades y motivaciones del alumnado. Y no vale para todo el argumento de preparar para el futuro; brillantes expedientes académicos sobreviven laboralmente como pueden y desahuciados de la escuela, triunfan en cuanto aterrizan en la vida real.