Golpeé la bola lo mejor que pude y salió zumbando por encima de la malla protectora. Yo mismo estaba sorprendido, hasta que Alberto, con las manos dentro de los bolsillos, exclamó socarrón: -¡Ufff! Pude activar el mando a distancia que aquí tengo, al tiempo que me sonreía porque en mi cuarto swing había logrado por pura chiripa un buen lanzamiento. Sí, lo reconozco, por pura casualidad, pues exactamente era el 4º intento de este aprendiz, que ahora les escribe, que aprovechaba el ofrecimiento de unas clases de golf. Práctica nula y experiencia cero. Nunca había sujetado un palo, o hierro, de golf, ni nunca me había colocado sobre la bola. Y nunca me han dado ánimos con tal delicadeza y con tanto ingenio. Porque si me hubiese aplaudido y endulzado con aspavientos lo que era un golpe de suerte hubiese desconfiado mucho de ese instructor. -Este tío es un pelota que quiere quedarse conmigo, habría pensado. Pero no, solapó divertidamente con chispa lo que él y yo sabíamos, que por puro azar acerté de plano en la bola que voló echando chiribitas. Por eso, muchas gracias Alberto, porque me has hecho el gran favor de evitar creerme un genio.