Ciertamente, en esta realidad atrabiliaria y siempre complejísima que nos ha tocado vivir, el cronista no da abasto. Tenía pensado hacer una reflexión sobre el paso del tiempo, a partir de un sencillo y emotivo conjunto de actos que celebramos ayer, al cumplirse los veinticinco años de la licenciatura de nuestra promoción de Física. También tengo pendiente un texto en el que comparto con ustedes la complejidad de nuestro sistema de gobierno y gestión, en un momento en que casi todos prometen un adelgazamiento real de todo ello, nunca abordado seriamente. Y alguna cosa más. Pero eso quedará en el tintero por hoy, ya ven, a la espera de unos hados más propicios para tal ocasión, que espero sean bien próximos. Y es que viene pidiendo paso con fuerza algo que quiero contarles y que, desgraciadamente, va en la línea del último artículo. Tratará, una vez más, sobre la violencia y sus nefastas consecuencias para la convivencia.

Y, en este caso, lo haré a través de un nombre propio, el de la tristemente asesinada diputada laborista Jo Cox. Ya saben, fue asesinada hace un par de días al salir de un acto a favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Yo no la conocí, pero tengo testimonios muy cercanos de bastantes personas que trabajaron con ella. Y es que Jo tuvo una etapa profesional dentro de la extensa familia Oxfam -y también en Save the Children-, y ahí coincidió con muchas personas con las que yo he tenido el gusto de compartir documentos, pensamientos, estrategias, operativa y mucho más. Todas esas personas se han quedado estupefactas y consternadas por lo ocurrido. Y, lógicamente, tal pena ha permeado mucho más allá de los que la conocieron personalmente y disfrutaron de su amistad. Una desgracia y, no cabe duda, una enérgica condena de la violencia. De todas las formas de violencia.

Y es que, una vez más, se verifica el triángulo de la muerte al que hacía referencia en mi artículo anterior, sobre la masacre de Orlando. Por una parte, determinadas evidencias apuntan a que el asesino es una persona absolutamente fuera de todo marco medianamente razonable en términos de lógica y de cordura. Por otro, su objetivo ha sido la diputada, víctima seguramente elegida al azar de entre un colectivo diana o, al menos, elegida no tanto por su yo real, sino por lo que representaba en el trastornado marco de referencia de su asesino. Y, por otro, un contexto de referencia mucho más general, donde se mezclan intereses de terceros y una verdadera hoja de ruta de la dimensión internacional del Reino Unido en las próximas décadas. Nada más y nada menos. Pero fíjense: una vez más, una persona inocente, trabajadora, comprometida e ilusionada con su trabajo ha visto cómo todo se ha sumido en la negrura por un tercero, al que se le metió entre ceja y ceja hacer daño. Y que lo consiguió.

Ninguna idea, ninguna, amerita la muerte de nadie. No somos nadie para destruir a nadie ni para lastimar sus derechos más básicos, cuya cúspide es el derecho a la vida. Y ninguna postura en el seno de una confrontación política o social va a mejorar nunca en términos de legitimidad cuando en su nombre se practican barbaridades como la descrita aquí. Es casi obvio ya que en este caso, como en el de la tragedia del Pulse en Orlando, hay una persona que ha obrado sola a partir de una profunda deformación de la realidad La diferencia estriba en que, en principio aunque las investigaciones están abiertas, nadie en su sano juicio en el Reino Unido legitima la violencia como forma de posicionamiento en campaña, frente a todo lo que hay por detrás de lo ocurrido en Orlando y en otros episodios parecidos. Pero, en un caso y en otro, alguien muere por el capricho o la obcecación de un tercero, de forma cruel y despiadada. Y no hay derecho.

Nadie que se atreva a matar a un ser humano en el nombre de cualquier idea demuestra una psique equilibrada. Y, reitero, siempre que se mata en nombre de algo se deslegitima profundamente tal supuesta causa. La violencia siempre engendra violencia. Y más violencia, y más y más y más... Esto es algo que Jo Cox sabía, y contra lo que ha pasado una buena parte de su vida luchando. Y, como ella, muchas más personas de buena voluntad. Desgraciadamente, ya no se puede cambiar lo ocurrido. Pero los que todavía tenemos oportunidad de enderezar el rumbo de los acontecimientos hemos de perseverar en un camino que nos lleve a mayores cotas de concordia, empatía y solidaridad.