Buenos y veraniegos días! Les saludo una vez más, una vez alcanzado el solsticio de verano, habiendo escrito estas letras ayer, en el que es seguramente mi día favorito del año. ¿Por qué? Bueno, porque al regocijo general de vivir el día más largo del año y el que es, para muchas personas, el signo más claro de un inminente comienzo de un tiempo estival de ocio y descanso, yo uno algunos recuerdos personales. Días entrañables, de esos que cada uno tenemos y nos acompañan como referentes fijos a lo largo de nuestra andadura vital.

El caso es que el 21 de junio es para mí, a través de tal caleidoscopio del pasado, luz, color, plaza de Azcárraga, pasteles, plantas, familia, santo, y final de un siempre gratificante curso académico, con las miras puestas en el que vendría a continuación, con nuevos conocimientos y retos. Toda una aventura que pretendía desembocar en un futuro, incierto pero de alguna forma brillante, y que supongo vive estos días del presente algo parecido a su materialización práctica. Al final, con los años -no sé si han llegado ustedes a la misma conclusión- uno se da cuenta de que no hay que considerar tanto las supuestas metas en puntos concretos del camino, sino que este mismo -cada minuto y cada hora- son en sí el principal activo que nos toca vivir. Pero cuando uno tiene pocos años y está ávido de conocer el mundo que le rodea, es normal que peque de inocente y no se percate de que cada minuto cuenta. Menos mal que el tiempo lo va poniendo todo en su lugar...

La pena que tengo estos días es que el tiempo no pondrá en su lugar, en muchos casos, las esperanzas y los anhelos de otras muchas personitas de pocos años. Muchas han fallecido (abandonadas en el desierto, ahogadas en el mar, pisoteadas...) en su camino desesperado a ninguna parte, y otras ven como sus expectativas son truncadas por un orden establecido que ni es orden ni atiende a las verdaderas necesidades de los seres humanos. Sobre esto reflexionaba yo el 20 de junio, anteayer, precisamente el día que empezó este verano, y que es dedicado a la temática de las personas refugiadas. Un tema del que ya hemos hablado varias docenas de veces en estos últimos años, y en el que la comunidad internacional (entiéndase, los gobiernos de los países, y buena parte de sus instituciones multilaterales) reacciona igual que los tres monos: no habla, ni ve ni escucha. Y, mientras, la situación se vuelve crítica sin que casi nadie haga gran cosa. ¿Estamos ante un "pogrom"?

Sin embargo, el derecho de asilo y refugio está perfectamente regulado por leyes de elevado rango y ratificado por nuestros países. No se trata de dádivas o de derechos graciables, sino que hay un corpus legislativo potente y directo, que marca las directrices de lo válido y lo no válido en este terreno. Pero muchos de los recientes acontecimientos en esta temática no se pueden entender a la luz de tal rama del Derecho. Realmente, este se ha soslayado o, directamente, ignorado muchas veces. Y eso no es justo. Ni legal.

Así las cosas, hoy, mi día favorito del año, me encuentro escribiendo estas líneas frente al mar, pensando en seres humanos que ni conozco ni conoceré, pero a los que entiendo tenemos que dar una solución diferente. Una que sea, para empezar, compatible con la vida. Y que, necesariamente, implica acoger a algunas de estas personas entre nosotras y nosotros. Aquí podrán desarrollarse, en la medida de las posibilidades que tengamos, sabiendo que traen su mochila cultural y personal, pero también que en la sociedad de acogida tenemos también algunos valores irrenunciables, que estamos dispuestos a compartir con ellos, desde el respeto a la diversidad a un papel simétrico y equitativo de la mujer en nuestra sociedad.

Quizá alguno de ustedes tenga la tentación de reafirmarse en sus derechos frente a esas personas. Sé que muchos de ustedes lo pasan mal, por una situación francamente mala en la socioeconomía del país -al margen de eslóganes electorales de unos y otros- y son muchos los que esgrimen esa situación para plantar cara a nuestros compromisos de índole legal y humanitaria con las personas solicitantes de asilo. Pero miren, una cosa no quita la otra. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Yo mismo quizá no esté viviendo, por ejemplo, mi 21 de junio más dichoso. Pero miren, es 21 de junio, y comienza el verano... Alegrémonos y seamos muy conscientes del momento y de lo efímero que es, como primer paso para acometer los retos que nos vienen, que son muchos y variados. Y, entre ellos, el de edificar un mundo más justo, más solidario y donde los problemas domésticos de país -por favor, llevamos años y años dándole vueltas a nuestra forma de organizarnos, y cada vez lo liamos más- nos dejen ver un poquito más allá de nuestras narices...

Por todo lo hablado, voy a hacer tres cosas, para terminar el artículo. La primera, desearles Feliz Verano, de corazón, a todos ustedes. La segunda, emplazar al futuro gobierno -el que sea- a que asuma un papel referente, a nivel internacional, en la exigencia del cumplimiento de la legislación global en materia de derecho de refugio y asilo. Algunas cosas buenas se han ido haciendo, pero hace falta más. Y, la tercera, dar la bienvenida a quien empieza a llegar a nuestras calles y nuestra sociedad procedentes de territorios tan hostiles para la vida como buena parte de la Siria de hoy. De corazón y con alma de verano.