Viernes 24 de junio de 2016. Un 51,9% de británicos dicen sí al NO y no al SÍ.

Los ladridos mañaneros de la perrera frente a mi casa me despiertan. No son aullidos dirigidos a la luna que se difumina en el cielo azul de la aurora, son ladridos, el sonido más irracional y bestial que emana de la salivosa boca de un perro. Ladridos a un enemigo invisible, enquistado por múltiples maltratos y abandonos. Pero son perros. Los perros ladran por desesperación, aglutinan significado en un sonido entre amenazador y ridículo. Esos rampantes ladridos mañaneros anunciaron para mi pesar el llamado Brexit. Una coincidencia muy conveniente para definir la voz de la democracia que más que un discurso elocuente y sagaz, característica típicamente asociada al gentleman británico, es ladrido en estado de éxtasis amnésico. Ahora, quien sea familiar con Reino Unido entenderá el porqué de este referendo, un aparente ejercicio del derecho democrático que en realidad funciona como una oportunidad al ensalzamiento de las más básicas pasiones de una clase trabajadora de ciudades olvidadas, urbes que pararon de existir cuando la industrial gloria imperial británica decae lentamente por los achaques sutilmente impuestos por un modelo económico basado en ilusiones ópticas y optimismos opacos. La eterna ironía de Margaret, chica trabajadora de Grantham, centro de Inglaterra, bastión del sí al NO. Dama que durante los 80 tocó a ritmo imperial y permitió que el eco de Victoria reverberara en los bulliciosos pubs cada vez que se disparaba una bala en las Malvinas para abatir a un soldado del ejército de Leopoldo Galtieri. 73 días de romance imperial que terminó hace 38 años. La ironía de Margaret digo, porque quitó tanto o más de lo que dio. La reestructuración de la podrida economía británica creó un empobrecimiento paulatino de toda esa gente que ahora envejecidos, decidió de forma tajante la salida del Reino Unido del frágil y desactualizado sueño europeo. Pero claro, el señor Nigel Farage, gran Mefistófeles como todo buen populista, muy convenientemente apunta su dedo índice a las maléficas hordas de refugiados, en las que seguramente incluye a italianos, griegos, portugueses y españoles. Pero se olvida de la psicosis producida por esa burbuja ideológica anclada a una narrativa romantizada del pasado, obstinada, como todo buen isleño, en creer que todo peligro viene desde fuera, desde el horizonte y no desde el corazón de un país en decadencia desde la Gran Guerra. Pero en una isla es difícil percibir al otro como un aliciente al crecimiento y al amor. No. Revivamos el espíritu de la reina, símbolo de las castidad, de que los británicos, en particular los ingleses, aun son superiores en moral y juicio, que cumplen con su deber en fábricas de apariencia lúgubre. El único problema real es que nunca fueron europeos, para ellos era una ofensa ser considerados continentales de raíz napoleónica. El orgullo que carga el romance británico los previene a verse como parte de algo mayor, un proyecto donde los individuos están por encima de las instituciones. Y me pregunto: ¿es Europa un proyecto social? ¿Se nos educó a todos para ser europeos por encima de pueblerinos? ¿Nos hemos deslizado hacia un piloto automático durante el transcurso de este sueño? Y, ¿se ha vuelto Europa un proyecto impersonal que funciona como fondo de inversión o agencia de viajes, o ambos en diferentes niveles?

Si aún nos consideramos europeos, la salida del Reino Unido de nuestra comunidad es culpa de todos. No solo de un parlamento adormilado, de unos gobiernos con preocupaciones mayores y más inmediatas o de una sociedad hambrienta por titulares y hashtags, en estado de un solipsismo tan profundo que solo nos sentimos parte de comunidades que existen como proyecciones virtuales en las que no hace falta esfuerzo ni sacrificio para comunicarse. El Brexit no hace más que demostrar lo abstracto que Europa se ha vuelto para una generación post-transición, algo que está ahí siempre, como un padre o una madre, como un abuelo que parece ser eterno hasta que un día cualquiera pierde consciencia del mundo que le rodea, perdiendo el brillo de sus ojos. Europa puede haber perdido ese brillo, los oportunistas ahora piratearán su exhausta voluntad, los vanidosos, los resentidos, los escépticos extirparán la vida que nos queda si no rejuvenecemos este sueño, nunca desoyendo a los progenitores, pero sí tomando el relevo sin dejar que caiga en piloto automático.

Quizás Reino Unido debe marcharse, yo sostengo que ellos nunca fueron y nunca serán europeos hasta que sientan que su historia es parte de la nuestra. Hasta que cese esa separación romantizada, nunca podrá haber convivencia real, solo económica, y esto denota que la economía solo dura mientras esté en alza, en las dificultades lo que prima es el corazón, más allá de ideologías socialdemócratas, el sentimiento hacia el otro.

Transformar los ladridos a través de humanidad y no palizas, todos somos un poco perros cuando nos meten en perreras. Ladrar poseídos por una paranoia rampante solo hace que los ojos miren hacia el miedo internalizado por sensacionalismos macabros y no más allá del incierto horizonte. La negación es el infierno del hombre. Todo lo perdido será perdido para siempre como dice el cartel insignia del movimiento en torno al SÍ. La oscuridad solo intensifica la luz.

Viernes 24 de junio de 2016. Un 48,1% de británicos dicen sí al SÍ y no al NO.