Por un solo número, eso es lo más cerca que estuve de un premio, que era el regalo de 250 litros de gasolina cuando, hará 40 años, compré un coche. La suerte siempre me ha sido esquiva. Pero esta vez me ha tocado, aunque en otro sentido, sin quererlo ni buscarlo, y con todas las de la ley que regula la llamada propiedad horizontal. Ocurre en mi caso, y en mi casa, que dimitido el anterior presidente de la comunidad de vecinos nadie se postula a serlo, y para cubrir el cargo se recurre al sorteo. Somos tres bloques, así que se elige uno de ellos, y sale mi bloque, que tiene 7 plantas con dos pisos en cada, A y B, y la suerte de ceba con los B, para acabar la faena saliendo designado el 6º piso que es el mío: así, sin beberlo ni mamarlo, salgo presidente de una comunidad de setenta vecinos. ¡Caprichosa suerte! Espero estar el mínimo tiempo exigido. Un cenizoya me ha dado el pésame. Pero, pensándolo mejor, opino que es una oportunidad de conocer más a mis convecinos, ocasión para servirlos y, en lo posible, elevar el bienestar que nos merecemos. A ver si los de los partidos políticos se aplican el cuento.