Hoy es el día del Carmen, uno de los más señalados en el calendario por aquello de la tradición marinera. Una jornada donde la gente del mar engalana sus barcos y chalupas y hace sonar sus sirenas honrando a su patrona, con el ánimo puesto en que vengan días de buenas mareas y de poco temporal. Una tradición que incluye el paseo en barca de la imagen de la Virgen, en lo que constituye todo un documento etnográfico, enraizado profundamente en la tradición marinera de nuestra tierra.

Ya saben que no soy muy de procesiones, y que las considero incluso una realidad bastante folclórica y alejada del hecho espiritual. Pero eso no quita que pueda valorar en términos de tradición y de cultura popular estos días intensos para quien vive pegado al mar y que, incluso, pueda disfrutar de la visión o la participación en dicha romería. Y que, además, lo haga desde el respeto a aquellas personas que piensen o sientan diferente en relación con esta temática. En eso está la virtud de entenderse, que es de lo que se trata, como forma de articular una convivencia sana y plural.

Saludados ustedes y contextualizado el día, hoy iba a otra cosa, que les cuento. Y la misma tiene que ver con el reciente fallo del concurso de ideas del proyecto Mi Casita, convocado por la Escuela de Arquitectura de la Universidade da Coruña y la entidad Hogar de Sor Eusebia, que tengo el honor de vivir de cerca. Una iniciativa bien interesante que permitirá dotar a la ciudad de algo de lo que carece, y que puede cambiar el estado de las cosas para muchas personas: un recurso de baja exigencia para la atención a personas sin hogar. Un conjunto de pequeñas viviendas individuales, dentro de un todo, para que las personas que rechazan institucionalizarse, por el hecho que sea, puedan no dormir a la intemperie. Les he dicho muchas veces que la calle mata, y la ciudad, antes y ahora, sigue siendo especialmente atractiva para personas transeúntes -de orígenes geográficos bien dispares- que utilizan su vía pública como dormitorio improvisado, de forma continuada y abocada a la siempre temida cronificación. Pues bien, este recurso que ahora comienza su andadura puede ser una salida para una parte de los seres humanos afectados por ello.

Pero no se confundan. Ese no es el objetivo principal de las políticas de integración. Lo ideal no es que alguien viva en tal tipo de recurso, sino que pueda reinsertarse plenamente en la sociedad desde la perspectiva laboral -y , por tanto, económica- y social. No son recursos para crear ciudadanía de primera -que vive en hogares normales- y de segunda. Se trata de facilitar procesos, a veces complejísimos, habilitando una solución para quitar a las personas de una situación de calle. Personas que muchas veces no acudirán a un albergue -en la ciudad tenemos múltiples y variadas soluciones habitacionales surgidas desde la esfera privada, así como un concierto con una entidad de referencia, que provee de una solución pública a la altura de las ciudades más avanzadas en esta temática- simplemente porque no están en condiciones de acatar sus necesarias normas mínimas de convivencia. Estamos hablando de personas que a veces unen en su caso patología mental y adictiva al alcohol y/o a las drogas, y que no son capaces de conciliar el sueño de forma continuada, por lo que difícilmente pueden utilizar un dormitorio compartido. Son personas que, a veces, manifiestan un deseo compulsivo de fumar a cualquier hora, lo cual dificulta también esta posibilidad. O que presentan a menudo un estado de embriaguez, muchas veces cronificado, incompatible con las normas de muchas soluciones habitacionales. Otras personas manifiestan su absoluta negativa a ir a algún lugar sin su mascota, y esto también es un problema. Son casos, como ven, donde solo una solución provisional más individualizada puede apartarles de la calle, constituyendo muchas veces un primer paso para que los profesionales de la cuestión social puedan acercarse a la persona e iniciar el difícil camino de intentar revertir su traumática situación.

Es por eso que la iniciativa Mi Casita es fantástica, vista como un recurso de baja exigencia donde las personas puedan tener un techo y unas sábanas limpias, un referente para una ulterior intervención y la solidez de una organización que camina desde hace más de treinta años empeñada en aportar soluciones a personas que han quedado un poco apartadas en la sociedad. A partir de ahí, no se podrá bajar la guardia en el interés de proveer a esas personas de mucho más. De iniciativas para intentar deshilvanar la madeja de su propio aislamiento, muchas veces, o abordar sin tapujos una adicción letal. Pero la primera piedra de todo ello estará puesta cuando las casitas, verdaderos hogares, echen a andar. Porque usted y yo, ella y él necesitamos un hogar. Un referente de cualquier tipo donde poder reencontrarnos con nosotros mismos y poder recomponer nuestros trozos, cuando toca, para empezar de nuevo a soñar. Es posible. Y esta iniciativa, sin duda, implicará un pequeño pero definitivo paso en el itinerario vital de muchas personas a las que, en muchos casos, he podido conocer con nombre y apellidos, y que lo agradecerán.