Julio toca a su fin después de que las gentes de la mar hayan hecho punto y balance, y rendir culto a su patrona, tradición que nos llegó del mediterráneo a finales del siglo XII, cuando los cristianos, perseguidos por los sarracenos, invocaron la protección divina para salvarse de la morisca. En España, la tradición adquirió notoria relevancia, a raíz del siglo XIX, impulsada por los marinos de la Armada.

En la actualidad, desde la Bretaña francesa hasta Portugal, se suceden las procesiones marítimas conmemorativas y los tributos florales, en memoria de cuantos perdieron su vida en los naufragios.

Es la fiesta de la mar, ante cuya perspectiva idílica el hombre no debe abandonarse porque el monstruo oceánico puede, eventualmente, mostrar su cara. Los marineros, como los periodistas, nunca dejan de serlo. Raro es el día que no se acercan a la costa para escuchar el rumor de las olas, a desahogarse. La mar, como hemos visto estos días, suscita en sus hombres un sentimiento de fraternidad y admiración.

Por eso, resulta chusco a los ojos del ciudadano coruñés el desdén de la Marea Atlántica. Gobernante municipal, por el sectarismo y desconocimiento de sus dirigentes, al negar la colaboración a nuestras gentes de la mar y confundir costumbres ancestrales con la cultura y el culto. La mar para los coruñeses es la libertad, es la cultura. Ignorarlo para los políticos equivale, incluso a perder el antecedente de una literatura propia. Nuestro mar, el Atlántico, es un mar universal que nos invita a pensar, a gozar, a padecer, en una palabra, a vivir. Tal vez, por eso, Galicia emociona siempre, aunque a veces, está emoción se vierte en lágrimas.

Otrosidigo

Los "memoriosos" parecen haber terminado la controvertida tarea de "renovar" el nomenclátor urbano de La Coruña. Retirar placas, sustituirlas por otras, semeja justificar que la memoria es una jerarquía mutante. Lo grave es cuando (la memoria) es sustituida por el olvido.