Los síntomas parecen claros, querida Laila. Si la deriva que está tomando el Gobierno turco no se detiene o contiene, se impondrá un régimen autoritario, una dictadura que fatalmente traerá días y noches de cruel represión, cuando no un enfrentamiento civil y sangriento. De eso sabemos mucho los españoles. Peligran miles y miles de vidas: algunas de amigos nuestros, todas de futuros conciudadanos europeos y, en cualquier caso, de espléndidos seres humanos contemporáneos y hermanos nuestros. Por elemental prudencia, querida, debemos movernos en esta situación con gran cautela y, por ello, notarás que he cambiado el nombre de nuestra común y querida amiga turca, en la que pensamos tan pronto como recibimos las primeras noticias del presunto golpe y de la presuntamente legítima primera respuesta al intento. Porque nunca se sabe adónde pueden llegar y cómo se pueden utilizar las palabras que dices o escribes, llamaremos Umut a nuestra amiga. Creo que Umut significa algo así como esperanza en turco, que es lo que nuestros amigos turcos no deberán perder nunca.

Estos días he recordado aquellas conversaciones que tuvimos con Umut cuando, allá por el 2005, nos condujo y nos guió por la moderna Estambul y la vieja Constantinopla. Umut se nos reveló como una muy cultivada e inteligente muchacha, educada en la moderna y laica Turquía, y se mostró preocupada por la deriva confesional que ya entonces tomaba el Gobierno de Erdogan restableciendo viejos usos y costumbres muy pegados al islam, que Umut entendía no solo como reaccionarios, sino también como potencialmente peligrosos. Quizá por quitar hierro a su preocupación o por manifestar en el fondo un deseo nuestro de que las cosas no se desquiciaran, le comentamos a Umut que un estado laico podía ser compatible con un partido confesional, como podría considerarse en el caso de los partidos demócrata cristianos de Europa que, en muchos países, gobernaban y no ponían en cuestión la laicidad del Estado y mucho menos la propia democracia. En este caso el peligro estaría en los fundamentalismos y no en la confesionalidad de uno u otro partido. Pero Umut no se tranquilizaba, ya entonces, y la conversación recuerdo que derivó sobre las diferencias entre el cristianismo y el islam a la hora de separar o no iglesia y Estado o religión y política. Diferencias acuñadas por los diversos y distintos avatares históricos que condicionaron el ámbito social y político en que se desarrollaron ambos monoteísmos. La vuelta a usos públicos de la tradición islámica, como el velo en las mujeres por ejemplo, queríamos verlos más como una afirmación cultural propia o nacional diferenciadoras que como la adhesión confesional y radical a un mandamiento religioso, aunque reconocíamos también que de todo había en aquellos cambios, que Umut percibía con gran recelo. Hoy, con lo que está pasando, creo que nosotros pecamos de candorosos y que la inquietud de Umut estaba muy justificada: percibió con lucidez a dónde podían conducir las decisiones políticas de un ambiguo, oscuro y ambicioso Erdogan que, en un mismo año, podía mostrarse partidario públicamente de la separación de la religión y el Estado, en un alarde moderado, y recitar con entusiasmo el poema de Ziya Gökalp, mostrando su alma más fundamentalista: "Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados".

Aquella preocupación de la lúcida y bella Umut es hoy nuestra preocupación. Hemos de preocuparnos por nuestros amigos turcos, pero también por nosotros mismos porque, querida, será crucial para nosotros lo que a ellos les suceda.

Un beso.

Andrés