Cuando este artículo llegue a sus manos, ya se habrá realizado -espero que con éxito y sin sobresaltos- la ceremonia de puesta de largo de una nueva edición de los Juegos Olímpicos. Habrá sido, como saben, en Río de Janeiro, y será el aperitivo formal de un largo agosto donde, en diferentes disciplinas con categoría olímpica, se medirán atletas de todo el mundo. Una fiesta del deporte cuya inspiración proviene de la antigua Grecia, y cuya restauración efectiva en la época moderna data de los últimos años del siglo XIX, de la mano del Barón de Coubertin.

Los Juegos Olímpicos, en lo tocante a valores, beben de la misma fuente que el deporte en su acepción más general. La camaradería y la amistad, el juego limpio y el respeto al otro, y el dar lo mejor de uno mismo -o sea, la búsqueda de la excelencia en el desempeño- estarán presentes en Río de forma protagonista. Y es que el deporte, sin todo ello, no es deporte. Sería un burdo remedo de sí mismo, sin ningún valor. Por eso es tan importante resaltar en estos días, previos a las jornadas de tartán y tatami, cancha y piscina, cuál es la lógica subyacente en este encuentro internacional.

Obviamente, serán muchos los atletas y delegaciones desplazados, y habrá también excepciones, como ya parece que ha ocurrido, en la asunción de tales valores. Y es que las personas son personas, y en cualquier lugar y momento puede haber alguien despistado o francamente errado en su proceder. Pero eso no vulnera en lo más mínimo la esencia de tal olimpismo, que ha llegado a nuestros días y que, al margen de muchas cuestiones superficiales, sigue basada en aquellos mismos postulados filosóficos de la Carta Olímpica escrita por Coubertin.

Soy de los que piensan que esos valores no son solo importantes en el contexto de un evento deportivo de las características de unos Juegos Olímpicos. Con respeto, juego limpio y búsqueda de la excelencia se han tejido algunas de las aventuras económicas y empresariales más importantes de la historia de la Humanidad. Y, como no, muchísimos avances sociales tienen también en esos mimbres sus máximas. Todo lo edificado sobre esa lógica inclusiva de interés y cuidado hacia el otro, independientemente de que este sea un competidor sobre la pista de atletismo o en la actividad fabril y de mercado, nos hace más sabios, fuertes y sensibles a todos. Y, por el contrario, el juego sucio y los parches para vencer de cualquier forma y a cualquier precio solo nos empobrecen como sociedad. Pan -u oro- para hoy, y hambre -u olvido- para mañana.

El deporte, es así, una verdadera metáfora de la vida. La corrupción, representada por el dopaje y por las malas artes, las zancadillas o la falta de nobleza en el perder o de generosidad en el ganar, hace de la nuestra una sociedad más débil y la pone contra las cuerdas de sus propios valores. El esfuerzo, la búsqueda de la excelencia, la constancia y los valores ligados a la perseverancia y al logro de una mejor actitud y aptitud en la tarea, terminan dando sus resultados. Y, como en el deporte, en la vida estos significan avances importantes y nuevas marcas personales, sean estas las que sean, en el terreno que ustedes se imaginen.

Les animo, con este artículo, a entender las muchas confrontaciones deportivas que verán estos días en el marco de los Juegos Olímpicos de Río, desde este otro prisma. Desde el de una sociedad en marcha, con notables carencias pero a años luz de lo que esta era en un pasado, buscando lo mejor en la clave individual de todos sus individuos y, a la vez, en la colectiva. Si lo hacen así, verán esos pases de pelota, esas arrancadas en pista o ese lanzamiento de jabalina desde la óptica de la mejora personal, del entrenamiento diario para producir una sociedad mucho más armónica y desde valores de amistad, camaradería, respeto, juego limpio y búsqueda de la excelencia aplicados al día a día...

Felices Juegos Olímpicos de Río 2016. Disfrútenlos. Y, ya saben, vívanlos en su doble sentido. Deporte al más alto nivel, claro, y también los valores del olimpismo en ti mismo y en el otro para edificar un mundo nuevo... Algo que conviene siempre recordar y tener en cuenta en un día como hoy, 6 de agosto, en el que conmemoramos, una vez más, el aniversario del lanzamiento de Little Boy sobre el cielo de Hiroshima, en lo que fue el comienzo del fin de la Segunda Guerra Mundial...

Les dejo. Me voy a hacer deporte.