En agosto, en La Coruña se prueba a vivir otra vida porque aquí, el verano en su esplendor se ofrece como una suerte de carnaval en el que nuestras bien cinceladas bellezas oceánicas guardan su estética intuitiva con desnuda sinceridad. Manejan el pareo con aire de chicuelinas y el pañuelo al cuello, como si fueran fedayines, mientras los guiris se saturan de nuestra incomparable cerveza como jaliscos, aunque huyen del tribalismo forzoso y no exhiben al aire libre el antropoide en taparrabos. Es una especie de veringo adánico, porque "la estupidez -como dijo Jürgens- está en las neuronas". A la crisis socioeconómica que nos agobia, hay que añadirle el afán de convertir el género en mercancía, como si fuera otro modelo de masculinidad y mutamos la vida en un reality show, que viene a ser una patada al conocimiento. Seguimos en la cantilena del "progreso social", con promesas paliativas en favor de los necesitados después de haberlos creado. La actividad municipal sigue mortecina, ayuna de proyectos integrales, sustituidos por sarpullidos obsesivos ante el ensimismamiento político del alcalde, mareante regional, entregado al cabildeo, cuyo temperamento pulsátil viene exhibiendo astucia y artificios. Churchill aconsejaba a los gobernantes contumaces en sus ideologías "cuando uno quiere mantener sus convicciones debe cambiar de partido". En pleno agosto, en La Coruña, el verano, que todo lo configura, anima a las gentes a entregarse al goce dionisíaco de vivir. Es la terapia adecuada contra la lipemanía y el surmenage; un paseo al lado del mar es la mejor clínica. Aquí navegamos todos los días, como si el cosmopolitismo fuera nuestro sino, mientras escuchamos las voces del mar en su trabajo sin descanso. Registramos, sin embargo, la falta de humor filosófico de nuestros gobernantes, ese exponente de una galleguidad honradamente sentida. Debieran (los políticos) ofrecernos motivos para sonreír y pensar.

Otrosidigo

El verano nos deja el Mercado de Santa Lucía aparcado sine die, La Marina convertida en un páramo de cemento y el tranvía turístico en las cocheras. ¿Quién le habrá quitado las catenarias?