Compitiendo con las Olimpiadas, la playa y la fiesta general del agosto español Rivera llegó a las primeras planas con sus seis condiciones presentadas solemnemente en el Congreso en un monólogo interminable, reiterativo y bastante vacuo. Seis condiciones para justificar lo que puede ser el comienzo de una gran amistad que empieza por una abstención y que terminará vaya usted a saber si con un sí, con una vicepresidencia o con las terceras en diciembre. Seis condiciones son pocas comparadas con las doscientas que selló con Sánchez para nada. Les parecen importantísimas a quienes desde el antimarianismo más rotundo las ven como una decisiva apuesta por la regeneración, un dificilísimo trance para el PP y una presión determinante sobre Sánchez pero a muchos otros nos parecen humo sin otra utilidad, más que dudosa, que la de tapar el discurso impertinente e inmaduro que Rivera ha mantenido hasta hoy. Porque, más allá de las concretas condiciones, gratas algunas para los admiradores de la brocha gorda pero más que discutibles e imposibles sin cambios en leyes importantes y aún en la propia Constitución que requieren amplios acuerdos parlamentarios, lo importante es que Rivera no consigue explicar su tránsito desde el veto a Rajoy por razones de decencia política, que se dice pronto pero que es una acusación de superior calado moral, a prestarse a su investidura por responsabilidad con España y los españoles. Sólo le ha faltado a Rivera exigir una rebaja de sueldo a los políticos para encandilar a la parroquia. Y, ya en serio, para combatir la corrupción le ha faltado pedir aumento y mejoras en la plantilla de jueces, fiscales, inspectores fiscales y policía especializada, y cambios en leyes como la de contratos del Estado o de subvenciones. Rivera se dejó en el tintero condiciones sobre el modelo territorial, mercado laboral, enseñanza, fiscalidad, pensiones y otras de trascendencia porque coincide con las políticas de Rajoy en estos campos. En definitiva, Rivera no nos ha explicado por qué no presentó hace meses estas condiciones, ni por qué apoyó con el sí cerrado la investidura de Sánchez, ni por qué ahora lo critica a diario, ni por qué insistía hace veinte días en no pasar de la abstención. Hoy dice que no piensa entrar en un gobierno con el PP pero viendo su trayectoria también podría ocurrir lo contrario. No es un socio fiable porque va sobrado de superioridad moral y sostiene un infantil discurso inquisidor que en política le llevará al abandono o desdecirse muchas veces. Es lo que deja ver quien pasa en tan poco tiempo de apoyar a Sánchez a pactar con Rajoy sin una explicación convincente de por qué nos hizo perder el tiempo.

Como tampoco la da Sánchez metido en un embrollo. A estas alturas ya no puede rectificar su terminante no porque hacerse un Rivera y regalarle al PP la abstención finiquitaría su papel como jefe de la oposición en provecho de Iglesias, pero mantenerlo sumado al de Podemos y los nacionalistas imposibilita la investidura como ya ha advertido Rajoy que descarga en Sánchez toda la responsabilidad de las terceras que, además, confía en volver a ganar. Se queja el PSOE de las presiones sobre todo tras el giro de Rivera pero lo cierto es que se ha quedado sin argumentos. Basar el no a Rajoy en la ideología es equivocarse de siglo; apelar a la corrupción del PP ha perdido fuerza tras lo de Rivera y decir que el no lo quieren sus bases y el comité federal obliga a Sánchez a explicar por qué no intenta de nuevo la investidura, esta vez con Podemos y los nacionalistas. Si Rajoy en funciones tiene el apoyo de Rivera para aprobar el techo de gasto y seguir las directrices económicas de Bruselas, puede ir a la investidura, perderla con dignidad y ganar de calle las terceras.