En tiempo de descanso, en verano, es buen momento para pararse a reflexionar sobre algunas cosas. Sin caer en la nostalgia, hemos de mirar atrás para comprobar si el camino recorrido ha merecido la pena, si hemos acertado o equivocado en nuestras decisiones y, en definitiva, si estamos satisfechos del trayecto recorrido. Lo primero que se me ocurre es que los veranos ya no son iguales, antes unas vacaciones eran la desconexión total, ahora son muy pocos los que pueden permitirse el lujo de desconectar. Conozco gente que teme tomarse vacaciones por si al volver se encuentra sin trabajo. Y es que el trabajo es más provisional que nunca. Tiempos aquellos en los que uno entraba a trabajar en una empresa y en ella crecía y se jubilaba. Incluso había familias enteras trabajando en la misma empresa, padres e hijos se daban el relevo. Hoy es impensable. Provisional es también la familia, hoy es normal formar parte de dos, tres o cuatro familias a lo largo de la vida. El cónyuge es provisional mientras dure y, con él, también son provisionales , de alguna manera, los hijos porque es fácil encontrar hermanos con padres distintos en función de los casamientos o arrejuntamientos que a lo largo de una vida el hombre o la mujer hayan decidido consumar. Y los amigos también son provisionales. Como dijo Julio Iglesias, "cuántos te alaban si triunfando estás y si fracasas bien comprenderás, los buenos quedan, los demás se van". Y es que hay por hoy se confunde amistad con interés y aquellos amigos de toda la vida son sustituidos por nuevos "amigos" que también son provisionales. Duran lo que dure el interés o hasta que aparezca otro que nos interese más. Pero si es que, como estamos viendo, ¡hasta los gobiernos son provisionales!. En el fondo, queridos lectores, lo que subyace en tanta provisionalidad, no es otra cosa que la enorme pérdida de valores que padecemos. Sin elegirlo, hemos cambiado la estabilidad por la incertidumbre, la seguridad por la aventura. Hemos cambiado los valores por la conveniencia coyuntural y, así, al final no tenemos nada; ni vacaciones, ni trabajo ni familia ni amigos. Tenemos otra cosa, que no sé muy bien lo que es, pero que nos hace más infelices. Hemos impuesto un ritmo de vida absurdo y tenemos que darle la razón, de nuevo, al cantante de origen gallego ya mencionado, cuando cantaba "de tanto correr por la vida sin tiempo, me olvidé que la vida se vive un momento". Y no me gusta. Tengo la sensación de que en lugar de llenar la vida de experiencias la estamos vaciando de contenido. Aquellos que hemos recibido de nuestros antepasados una herencia de valores, cultura y familia más allá de lo material, estamos dejando a nuestros descendientes un mundo peor, vacío de contenidos y valores y no tendrán referencias que les sean de utilidad para enfrentarse a la vida. Es esa nueva generación de ninis cuyo único objetivo en la vida es arrancar hojas del calendario contando fiestas y copas y viviendo como si no hubiera un mañana. El concepto de la responsabilidad no es que sea provisional, es que en muchos casos es una quimera que carece de interés para nuestros jóvenes. Pero como todo está en los libros, les aconsejo bucear por la obra de Alfonso X El Sabio, que por algo le llamarían así, cuando dejó escrito algo parecido a esto: "Leed viejos libros, bebed viejos vinos, quemad viejos leños y tened viejos amigos". Se puede pasar por la vida de muchas maneras, una es viviéndola con plenitud otra, por ejemplo, quemándola sin dolor. Esta última es la más provisional de todas, porque te aleja de la vida real y al final, cuando te paras a reflexionar un verano cualquiera, descubres que tú vida ha pasado por ti, pero tú no has sido feliz en tu vida. Como dice un amigo cubano, la vida no vivida, cuando miras para atrás, es leche derramada, que, obviamente, no vale para nada. Lo dicho, a vivir que son dos días y además, ¡provisionales!.