El domingo pasado comenté las seis condiciones imprescindibles que Rivera puso a Rajoy para dar el sí a la investidura y escribí que el líder de C's no es fiable. No conocía, obviamente, la carta de Rivera a Sánchez que publicó El País ese mismo día con el empalagoso título de A mis compatriotas socialistas y hoy, tras su lectura, me reitero en que Rivera no es de fiar y además es, en lo que no afecta a Cataluña, un profesional del discurso huero, un vendedor de humo. Hago la excepción de Cataluña donde su partido, socio del PSC en el ayuntamiento de Lérida, acaba de exigir la instalación de la administración municipal en el bilingüismo, obligación constitucional incumplida sistemáticamente allá, como también ocurre en Galicia. En Cataluña C's merece desde su aparición el mayor aplauso pero desde que Rivera saltó a la política nacional no da una. Sus seis condiciones planteadas de modo intransigente apenas tienen utilidad, y algunas mejor que no la tengan. Eso explica que el comité ejecutivo del PP no las debatiera y que Rajoy las haya aceptado sin mayor dificultad porque, a la postre, lo que interesa es el sí de Rivera al techo de gasto, un sí al que no puede negarse, aunque se pierda la investidura como parece que ocurrirá. Pero además y por si hubiera alguna duda sobre la fiabilidad o lealtad de Rivera en su cambio de posición hacia Rajoy, del veto al apoyo, está la carta a los compatriotas socialistas que Rajoy habría leído el domingo antes de aceptar sin esfuerzo el jueves las condiciones de Rivera.

En la carta Rivera critica a Rajoy por no ir a la investidura tras las elecciones de diciembre, por no apoyar el pacto de las 200 propuestas con Sánchez y porque el PP no ha querido combatir la corrupción. Afirma compartir con Sánchez el proyecto común y unido de España y la preocupación por el desafío de Cataluña como si el PP fuera un adversario en ambos asuntos. Afirma que el PSOE y C's pueden desempeñar un papel clave para la estabilidad y progreso de España como si el PP con ocho millones de votos fuera un obstáculo para los dos objetivos y remata su misiva con un rotundo "no nos gusta el actual gobierno ni Rajoy es la persona adecuada para liderar esta nueva etapa". El resumen es que Rivera cede y apoya la investidura de Rajoy tapándose las narices y quiere que Sánchez se sume convencido de que, en la oposición con el PSOE y en ocasiones con Podemos, lo mejor para España es que el Gobierno en minoría de Rajoy quede maniatado de modo que, en realidad, sea la oposición parlamentaria la que lleve la dirección de la política interior y exterior del Estado en todas sus dimensiones que es la misión que la Constitución encarga al Gobierno. Si Rivera cree en serio que desde la oposición en el Congreso y con un PP con mayoría absoluta en un Senado colegislador se puede imponer al Gobierno la dirección de la política durante cuatro años es que no sabe donde vive, que desconoce la facultad del Presidente de disolución de las Cortes o del Congreso exclusivamente al año de haberse disuelto, es decir en junio de 2017, o que se guarda en el bolsillo la disparatada carta de una moción de censura de todos contra Rajoy que, imposible hoy a lo que se ve, mañana lo sería aún más.

En definitiva, Rivera, que no tiene más experiencia que la parlamentaria en una cámara regional y como miembro, exitoso pero monotemático, de la oposición, se ha revelado con meridiana claridad como un político veleta más que bisagra, al que las dos fuerzas que han sostenido con solvencia el sistema acabarán por arrinconar para bien del mismo sistema que él cree defender cuando no ha hecho otra cosa que enredar.