Bienvenidos sean los automóviles autónomos, los que no necesitan conductor al volante, porque sensores sofisticados los llevan evitando los obstáculos y otros vehículos que puedan encontrar en ruta. Bienvenidos sean, pero conmigo que no cuenten. Son varias y afamadas las marcas automovilísticas que, en unión con firmas de ordenadores y de tecnología puntera, preparan dichos vehículos; de momento todo son ensayos y anuncios de lo que está por venir, pero con tal insistencia y repetición que da la impresión que están a la vuelta de la esquina. Respeto opiniones contrarias y me alegro por todos aquellos para los que la conducción es un suplicio malayo. Pero estamos otros que disfrutamos conduciendo coches, notando cómo tus manos al volante recortan con fijeza el firme del asfalto, y cómo tu cuerpo se cimbrea cuando tomas curvas seguidas bien ceñidas. Sí, aún somos muchos los que descansamos mentalmente, aunque las miradas oscilen de un lado a otro, del parabrisas a los retrovisores, sin perder nunca la atención en la ruta, conduciendo un coche. Y no digamos nada si además puedes gozar de un buen coche, de un pura sangre. Eso es la gloria. Claro que también nos cansamos físicamente y hay que saber parar para relajarte, pero las sensaciones vividas, el dominio que tienes sobre la fiera máquina, compensan y son otra forma de disfrutar de la vida.