Hace ya muchos años, subiendo a Vega Urriellu por Camburero y Balcosín, para alcanzar el Naranjo de Bulnes o Picu Urriellu por uno de sus itinerarios más directos, una amiga dio con lo que parecía una garrapata incrustada en su piel. Ella, que es bióloga -y creo que de la especialidad de Biología Animal- se puso a dar gritos y a intentar arrancar aquel bicho como fuese. Yo, curtido en algunas experiencias de ese tipo, inevitables de las salidas al monte en zonas de pastoreo, confieso que la miré con cierta displicencia, le ayudé con otros compañeros a deshacerse del parásito y le dijimos que no exagerase. Que ni era nada ni iba a tener ninguna consecuencia.

Aunque en el grupo había otros biólogos, vistos los hechos, creo que ella fue la más despierta de todos. Y, si no, que se lo pregunten al pobre hombre que, por lo que refiere la prensa, falleció a causa del síndrome hemorrágico Crimea-Congo a partir de la picadura de una garrapata. Yo sabía que estos parásitos podían, efectivamente, transmitir fiebres hemorrágicas, pero siempre pensé que tal endemismo era propio de otros lugares... Creo que, a partir de hoy, me lo pensaré para salir al monte con mis habituales pantalones cortos...

En fin. Vivir para ver... Y es que las cosas, muchas veces, dan un giro brusco e inesperado, como esta difícil, trágica y dura muerte a partir de un agradable paseo por el campo. Parece que estemos instalados en nuestra tranquilidad habitual pero mientras, diferentes variables van evolucionando casi imperceptiblemente, provocando en un momento concreto un salto brusco en otra, dependiente de todas ellas a veces de forma oculta. En este caso quizá se produjo un cambio en las dinámicas de los vectores de transmisión de la enfermedad, o es posible que un ajuste de las condiciones climáticas ayudase a provocar una mayor adaptación de los mismos... Quién sabe. Seguramente se trata de una combinación lineal de todo ello y muchos efectos más.

Esto me sirve para ilustrar qué ocurre a veces también en terrenos más farragosos y complejos, como el de los cambios políticos a partir de evoluciones psicológicas y sociológicas, muchas veces silentes, pero presentes y que producen cambios bruscos nunca predichos. Pero que acontecen, de forma real y absolutamente actual. Es lo estudiado en la Teoría de Catástrofes, enunciada por el matemático francés René Thom, y de la que ya hemos hablado en alguna ocasión.

Y, si no, que se lo pregunten al candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano, Donald Trump. De sus excentricidades y de un ideario muy límite con figuras casi delictivas de apología de nada bueno, está en la gran final para ocupar el que es, seguramente, el puesto más deseado del planeta. Y es que sí, no se engañen, la Presidencia de los Estados Unidos de América puede acabar, y perdónenme la expresión, en manos de un absoluto "pasado de vueltas", por no entrar en otras consideraciones menos elegantes. Hoy parece que no será así, y que Clinton ganará, pero...

Es especialmente preocupante el hecho de que el candidato, conseguido el sueño de medirse con Hillary Clinton en la última etapa de esta larga carrera, no suavice su verborrea ni trate de mejorar un poquito su imagen. O que lo haga muy selectivamente, para volver a la carga en tanto sus asesores le avisan de que su acerado, afilado, atípico, xenófobo, simple y pobre discurso deja de calar entre los sectores más reaccionarios de la amplísima y compleja sociedad estadounidense, y volver a darle cada día una nueva patada, en términos de una amenaza real, a muchos derechos civiles cosechados durante años. Preocupa, porque esas estrategias de máximos, en momentos de hartazgo y de importantes problemas estructurales de una sociedad un tanto descompuesta y desintegrada, pueden terminar produciendo ese salto definitivo en términos de cambios bruscos en la intencion de voto de grandes masas de población.

Lo último de Trump, un "gran, alto y hermoso muro" que promete construir en la frontera con México si llega a presidente, y que además, asegura, "pagará este último país, que aún no lo sabe", no hace ni honor a la historia ni a la decencia, ni al mínimo respeto que nos debemos entre las personas y los pueblos. Pero es posible que cale en sectores de la población que vean en él a un nuevo libertador, castigador de la inmigración, después de elegir mal -una vez más- la diana de sus iras y de los causantes de la cierta decrepitud social presente en el gran país americano. Recuerden que, en esta etapa de "cultura del envoltorio", muchas veces no se adquieren los bienes, los servicios e incluso las ideas a partir de una reflexión serena, sino de emociones y sentimientos muy primarios, con los que sin duda juega este candidato con su discurso. Ciertamente lamentable, y más en una sociedad con tantos matices y tan pionera, a pesar de que a veces se diga lo contrario, en muchas de las libertades públicas y los derechos civiles.

Un muro puede ser fuerte, alto, grande o quizá indestructible. Pero hermoso nunca puede ser. Y más si está erigido en nombre de algo execrable como la segregación, el odio y sus miserias asociadas.