Rajoy, querida Laila, no ha logrado la confianza de la Cámara, que es lo que, por imperativo constitucional, se solicita en la sesión de investidura. Y lo más sangrante es que incluso su aliado, Albert Rivera, al que algunos empiezan a llamar cómplice, no insinuó sino que proclamó que, a pesar de su apoyo a Rajoy, no se fiaba de él y lo vigilaría muy de cerca. La opinión pública, por su parte, sigue la cosa más o menos atenta, pero tranquila. No así la opinión publicada que describe la coyuntura con tintes dramáticos, donde los haya, hablando de situación caótica, insostenible y de nefastas consecuencias, por no conseguirse el acuerdo de gobierno, muy concreto, por el que se está presionando mediáticamente hasta el paroxismo. Si los partidos no ceden a sus presiones, proclaman estos corifeos, será la debacle y hasta puede suceder que tengan que celebrarse unas terceras elecciones y en Navidad, lo que sería desastroso. Pues yo no lo veo así. Y no me vengas, querida, con que siempre saco los pies del tiesto. Vamos a ver: Parece cierto, y los resultados lectorales así lo indican, que la ciudadanía quiere un cambio de fondo en el modelo político y en instituciones fundamentales. Cambio que tiene su complejidad y que sufre las naturales resistencias desde el modelo político e institucional en liquidación, hasta tal punto que no es nada seguro que, de ésta, venga el cambio, la parecer, mayoritariamente deseado. Este debate o, si quieres, batalla es la que se refleja en los desacuerdos, tensiones y confrontaciones que estamos viviendo y no me parece demasiado tiempo político el empleado ni notables los perjuicios derivados. Porque un Gobierno en funciones no es desgobierno, sino ejercicio de las previsiones legales para lo imprescindible; ni trae ni traerá ninguna consecuencia grave, por mucho que sus efectos problemáticos se quieran ampliar a golpe de altavoz mediático. Habrá un ritmo más lento en la administración de la cosa pública, ciertos retrasos o posposiciones, aplazamientos e inevitables molestias como en cualquier inevitable obra pública. Pues, "perdonen las molestias", que lo que se trata de construir puede valer la pena. Como no son ningún desastre unas nuevas elecciones ni ha de ser tanta, como se dice, la fatiga del electorado, mucho más cansado por la corrupción, el despilfarro y la desvergüenza argumental de tanto mandarín cínico. Las elecciones nuca son un exceso si se necesitan. Y, por cierto, la retorcida decisión de que sean el día de Navidad puede cambiarse legítima y legalmente sin problema. ¡Pues dejen de argumentar esta memez que no somos tontos! Si el reparto de los votos ciudadanos no facilitan la gobernabilidad en un momento dado, ni los ciudadanos se equivocan, sino que proponen, ni los políticos tienen que retorcer y desnaturalizar sus idearios y sus programas para lograr un gobierno del que no se fían un pelo. Hay que replantear las cosas, debatir la situación y volver a las urnas con naturalidad democrática, que es de lo que se trata. Lo nefasto sería otorgar la confianza política a un Gobierno del que nadie o muy pocos se fían. Esto sí es para echarse a temblar.

Pero, aún a estas alturas, la situación podría desbloquearse sin necesidad de ir a otras elecciones. Bastaría con que Mariano Rajoy cediera el paso a alguien más de fiar que él y los suyos. Algunos habrá en el PP, digo yo, que este partido no es Sodoma. Todavía. Por eso te digo que otras elecciones nadie las quiere, y así lo dicen, pero es muy probable que todos las prefieran a perder o no alcanzar el poder. Y esto es lo que no dicen. Estamos, querida, ante la posibilidad de unas elecciones que no las quiere nadie, pero las prefieren todos.

Un beso.

Andrés