Tras lo visto y oído en la investidura fallida de Rajoy lo pienso firmemente, peor, pésimo sería un gobierno de Sánchez con Podemos y la tropa independentista. El breve pero denso debate del viernes previo a la segunda votación fue un resumen del primero y más interesante porque aportó novedades muy inquietantes. Rajoy sintetizó lo que viene diciendo desde diciembre con la gravedad del gobernante que conoce lo que está en juego si no hay gobierno. Y, porque conoce la factura que vamos a pagar todos, pidió de nuevo y al menos la abstención del PSOE tras recordarle a Sánchez sus reiterados ofrecimientos de gobierno de coalición o, en su caso, de grandes pactos. Lamentablemente Sánchez no estuvo a la altura del momento y ha conseguido que en la opinión pública se instale mayoritariamente la convicción de que él con su cerrilismo es quien provoca las terceras elecciones y aún más, quien está promoviendo de modo insensato un imparable corrimiento del votante socialista hacia la izquierda, algo desacostumbrado en las democracias europeas en las que la garantía del estado del bienestar y de las libertades es compartida por dos grandes fuerzas moderadas, tendentes al acuerdo y ajenas a la polarización ideológica. Sánchez ha dicho no a un gobierno de Rajoy y a unas nuevas elecciones. Pero esta vez su tercer no a un gobierno con Podemos ha brillado por su ausencia y, antes al contrario, ha dejado entrever que explorará esa vía las próximas semanas. Tiene el ofrecimiento de Iglesias, el de los independentistas catalanes si les da lo que piden y, presumiblemente, el del PNV y si Rivera se abstiene Sánchez puede gobernar y eso es peor que las terceras elecciones.

Lo que Sánchez ayer ha tirado por la borda se ha repetido hasta la saciedad. Sumando fuerzas con el PP reunirían el respaldo suficiente para acometer cuantas reformas y medidas se precisan en esta hora, económicas, políticas, territoriales y de mejora de la calidad democrática. Pero Sánchez no quiere verlo y en su partido no quieren hacérselo ver. Lo anunció Felipe González hace unos días y algo más que sugerirlo es lo que hizo Rivera en el debate del viernes: la carta a jugar ahora es la sustitución de Rajoy. Una carta que supone un inaceptable desprecio a los resultados del 26-J y que, además, no garantiza un gobierno del PP con distinto candidato como ha dicho Sánchez en varias ocasiones.

Y dos cosas más sobre el minidebate del viernes. La primera para quienes celebran el fin del bipartidismo. Se multiplicaron las intervenciones de los grupos del "que hay de lo mío", que ahora clama por la carretera de su pueblo pero también por la independencia. Con un bipartidismo sólido, moderado y presto al acuerdo esos clamores regionales pueden gestionarse sin mayores dificultades pero con un PSOE hacia el extremo y débil el asunto es de preocupar. La segunda va sobre Rivera a quien hace semanas dedico mis críticas. Rivera es un enredador que, simulando repartir las críticas, suspira de verdad con Sánchez y nada quiere con Rajoy porque sueña con señorear todo el centro derecha pero su impertinencia y su deslealtad lo empequeñecen como político nacional. Preferir a Sánchez, pedir al PP la sustitución del Rajoy de los 137 escaños y ocho millones de votos y dar por muerto un pacto de siete días de vida es como para que sus votantes se lo piensen antes de repetir. Lo dicho hay algo peor, pésimo, que otras elecciones, que Sánchez gobierne con la tropa de las cien siglas.

José Antonio Portero MolinaCatedrático de Derecho Constitucional de la UDC