Buenos días, metidos casi ya en el tiempo de las uvas. Porque, a pesar de que el tiempo atmosférico parezca resistirse a ello, obsequiándonos -o castigándonos- con temperaturas verdaderamente altas, el tiempo cronológico nos marca que queda poco para el otoño. Y es que en poco más de dos semanas esta historia que vamos viviendo entra ya en esa mágica estación, donde el sol y el calor a chorro dan paso a los matices, a una paleta cromática verdaderamente sobrecogedora en el campo, a una luz sobrenatural y a otras muchas cosas buenas que tiene esa preciosa estación que ahora casi comienza.

Sí, será tiempo de uvas, que me encantan. Pero así, entendidas como fruta, y nada más. Y es que no soy de las personas que tienen la suerte de entender y gozar de una copa de un buen vino. Miren, nunca me ha gustado ni he probado el vino ni, por extensión, el alcohol. O sea que, hilando con otra noticia actual, alguno de ustedes -y perdónenme el chascarrillo- se está bebiendo al año diecinueve litros de alcohol puro, a tenor de esos datos recién sacados del horno, que dicen que los españoles tomamos nueve y medio por persona y año, calculando el volumen de alcohol puro a partir de los datos de consumo de bebidas con diferentes volúmenes de alcohol por litro... De eso ya hablaremos...

Pero a lo que vamos no es hoy a tratar de vinos ni de nada que se le parezca, aunque el titulo de la columna lo pueda sugerir. Vamos, en cambio, a hablar de uno de mis temas recurrentes y favoritos.

Le llamo muy a menudo la "cultura del envoltorio", que en internet se está volviendo sencillamente insoportable. O al menos ese es mi punto de vista... Hagamos una cosa: les cuento y ustedes juzgarán...

El caso es que me he encontrado un artículo titulado ¿Cómo salir airoso al catar un vino tinto, sin tener idea de vino tinto? Francamente, me importa muy poco cómo salir airoso y el resto del artículo, ya que bebo agua con gas y de vinos ni sé ni contesto. Pero para mí tal texto es significativo y hasta muy definitorio de qué valores sociales estamos construyendo. La cosa es aparentar y, con ello, obtener un llamado "éxito social" que todavía no sé en qué consiste. Lo importante, en esa lógica de la imagen imperante, no es lo que eres -capacidades y resultados- sino lo que aparentas -puro envoltorio-. Y, a partir de ahí, se dan las situaciones más aberrantes...

Esta realidad, que siempre ha tenido su cuota de mercado pero que ha ido evolucionando exponencialmente en los últimos tiempos, es especialmente cruda en internet. Hay redes sociales, sobre todo las más orientadas a temas profesionales y, por ende, relacionadas con las oportunidades en el hoy difícil ámbito del empleo, que son verdaderos tendales de ropajes dirigidos a revestir de cualquier forma a quien está absolutamente desnudo, pero vive de la apariencia en grado sumo.

Currículos inflados hasta el infinito, personas que nos dicen que han estado en equipos directivos en organizaciones de las que conocemos de primera mano el organigrama y sabemos que no ha sido así, y todo un sinfín de irregularidades que, en una lógica normal, clamarían al cielo.

Pero estamos en un lugar donde es importante pontificar sobre la calidad o ausencia de ella de un buen vino, independientemente de la relación que uno tenga con ese mundo o del más mínimo conocimiento sobre la cuestión enológica. Qué más da. Probablemente el de al lado tenga la misma o parecida sabiduría que tú sobre la cuestión y la clave está, fundamentalmente, en impresionar a los incautos que no lo perciban...

Así las cosas, pocos nos atrevemos a indicar, cuando se habla de un ámbito que no conocemos o que no nos atrae o interesa, tal realidad.

Vivimos en un país donde no hablar de fútbol los lunes -lo sé por experiencia propia, ya que el fútbol es un deporte que me gusta practicar, con parcos resultados, pero no ver- es, en ciertos ambientes, sinónimo de aislamiento social.

Y donde, volviendo al tema de internet y las redes sociales, las carencias en el ámbito del pensamiento abstracto se quieren solventar con muy dudosas publicaciones de toda suerte de planteamientos pseudocientíficos, en diferentes temáticas, que creo que poco aportan.

Si uno se da una vuelta por las redes sociales verá, jaleados y aplaudidos, textos que glosan "las diecisiete virtudes imprescindibles del buen jefe", "las doce cosas que jamás debes hacer si buscas empleo", "las quince cualidades de un trabajador de cualquier organización" o cientos de otras recetas vacuas que incluso te instan a seleccionar qué dices y con quién te relacionas en tal espacio virtual. Pura paja, claro está. Pero que unos producen y otros recomiendan, en una eterna vorágine por llamar la atención. No con lo que se es -formación, experiencia, capacidades reales, aptitudes y actitudes...- sino con lo que se aparenta o se quiere aparentar. Exactamente igual que en el caso de quien cata un vino tinto y emite un juicio, sin pizca de conocimiento sobre el tema, pensando que con ello se da el pego o, en los casos más graves, que se adquiere categoría de entendido en la materia...

Pero ya se sabe, en España el currículo real -el de enólogo o el que sea- está a la baja... Y son los envoltorios más llamativos, según diferentes criterios -algunos de ellos verdaderamente peregrinos y hasta dañinos- los que se llevan el gato al agua... Y si esto es en la esfera de lo público y sus órganos de gobierno y gestión, mucho más. Ya me entienden. Y así nos va...