Distinguidos lectores y amigos, hoy seré categórico. Ya saben que soy muy de matices, huyendo por tanto de afirmaciones que rocen la rotundidad, salvo en el caso de los derechos de las personas y poco más. Pero, a veces, uno ha de dotar de verdadera fuerza comunicativa a su mensaje, sin dejar lugar a las medias tintas. Pienso esto, trato de explicarlo lo mejor posible y, a partir de ahí, ya me dirán ustedes... Creo que es la manera más honesta de dejar clarísima una cuestión de convicciones profundas.

¿Y de qué les voy a hablar, que tanto desasosiego me produce? Pues miren, el artículo va de las elecciones generales. Y, más en lo concreto, de las terceras elecciones generales, en ciernes en nuestro país tras el proceso electoral comenzado el año pasado y que ya ha producido dos investiduras fallidas. Ya hemos hablado de ello, pero en un contexto más amplio, del que hoy quiero separar, precisamente, esta cuestión nada baladí, que creo tiene suficiente fuerza conceptual como para tomárnosla en serio y, en mi caso, tratarla como pieza aparte. Bueno... allá vamos.

Seré claro. ¿Conocen ustedes la frase de que "no se puede repetir siempre lo mismo, esperando resultados distintos"? La he visto por ahí muchas veces, atribuida a diferentes personalidades de la Historia. Origen y propiedad intelectual aparte, les diré que estoy muy de acuerdo con dicha aseveración. Salvo en aquellos procesos -que los hay- en que tenga relevancia el azar, si hago varias veces lo mismo, lo normal es que los resultados sean de cierta similitud, que se muevan en un entorno parecido. Y, si no es así, es que algo he cambiado en el proceso, aunque tal diferencia sea para mí imperceptible. De sentido común.

Pero en el ejercicio de la política parece haber demasiados intereses particulares en contra de tan nítido planteamiento. La industria de la partitocracia, que actúa con demasiada frecuencia como fin en sí misma, lejos de los intereses de la ciudadanía, hace oídos sordos a tan elemental lógica y... va por libre. Y eso es lo que está pasando aquí y ahora y es posible que, superado el escollo de la insidiosa votación el día de Navidad, ocurra aún con más esperpéntica intensidad el próximo día 18 de diciembre. Y es que, ciertamente, mandarnos a votar de nuevo es apelar a hacer lo mismo para conseguir bien poco o nada, salvo que el hartazgo supino y generalizado provoque uno o varios cataclismos a la vez, con consecuencias inmediatas. Porque, si no, cada uno lo habrá hecho ya, en las dos ocasiones anteriores, en conciencia y de acuerdo con sus ideas y deseos, que no habrán evolucionado tanto como para que -salvo lo dicho- se registren importantes variaciones entre el antes y el ahora.

Mi tesis, esgrimida aquí ya desde hace bastantes meses, es que, en cambio, unas segundas elecciones ya hubieran merecido una renovación en materia del liderazgo de las fuerzas concurrentes. ¿Por qué? Porque, en ausencia de acuerdo entre las formaciones, son estas las que tienen que evolucionar y ofrecer algo verdaderamente nuevo, sin cuestionar el voto legítimo, íntimo y único de cada ciudadana o ciudadano. Pensando así, imagínense, pues, la absoluta necesidad de dichos cambios, desde mi punto de vista, en el caso de estas terceras que podrían celebrarse. Y es que si no es así, y los mismos cabezas de lista concurren de nuevo, ¿a qué aspiramos? ¿A volver a construir las mismas candidaturas, con el mensaje a electoras y electores de que su voto ha de emitirse de otra manera, en otro sentido? ¿Hemos votado acaso mal? ¡Venga ya!

No me siento solo en este viaje conceptual emprendido hace meses. Ayer Felipe González, expresidente del Gobierno, hablaba en este sentido con claridad. Y yo juraría que había escuchado en la radio, hace un tiempo, unas declaraciones de Alberto Núñez Feijóo también en esta línea. Otras personas lo admiten en privado, pero parecen no plantearlo en los órganos de decisión de sus formaciones políticas. O, si lo hacen, no se les tiene demasiado en cuenta. Pero para mí ya no se trata de una posibilidad. Es una exigencia en toda regla. Si hubiese terceras elecciones, creo que todos los cabezas de cartel, al menos, tendrían que ser nuevos. Así se plantearía algo diferente al electorado, que podría obrar en consecuencia a partir de los cambios introducidos.

Por todo ello, la hoja de ruta que propongo está clara. Lo ha intentado el partido más votado, PP, y no ha obtenido apoyos suficientes. De acuerdo. Pues ahora que se articulen los posibles pactos, si cabe, con el fin de presentar un proyecto alternativo, de investidura o de Gobierno, entiendo que liderado desde el Partido Socialista con la participación de otras sensibilidades políticas. Hay plazo y, si van adelante, bien. Y si no van, entonces que se produzca un ejercicio de responsabilidad y, en ausencia de posibles coaliciones ganadoras, que se abstengan para que gobierne en minoría el Partido Popular. Ya vendrá el tiempo de negociar, de otros pactos, de posiciones diferentes en la Cámara o, incluso, el recurso siempre posible de la censura. Que para eso está la actividad parlamentaria...

Pero si nada de esto ocurriese, las posiciones se enquistasen y se produjesen las indeseadas, dañinas, bochornosas, caras e injustificadas terceras elecciones, o se renuevan todos los cabezas de cartel o conmigo, lo digo ahora alto y claro, que no cuenten en el colegio electoral.