La empatía, es según la Real Academia Española, la "capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos". La capacidad de ponerse en el lugar del otro, de una forma más coloquial. De entender el por qué un ser humano puede pasarlo mal a partir de una acción u omisión nuestra, e intentar sentirlo como propio. Seguramente si los seres humanos fuésemos, en general, más empáticos, muchas de las barbaridades más execrables de la Historia no hubieran tenido lugar. Estoy pensando en la represión generalizada en el contexto de mil y un conflictos, en los genocidios que se cometen desde el principio de los tiempos o en la aniquilación sistemática de diferentes grupos humanos por mil motivos distintos, pero ninguno justo. La empatía nos podría salvar de mil brutalidades, haciéndonos más libres, humanos y generosos.

Ese ejercicio de empatía también es muy importante en el día a día. En las pequeñas acciones cotidianas. Y se nota cuando un ser humano, en su faceta profesional o personal, hace las cosas como le gustaría que le fuesen hechas a él. Desde cuando servimos un café hasta cuando atendemos a un ciudadano en un mostrador oficial para una gestión administrativa, pasando por cualquier otro momento cotidiano, es fundamental ese ponerse en el lugar del otro. Y más en estos tiempos de zozobra, donde el éxito y el fracaso están mucho más cerca el uno del otro, y donde todos nos vamos encontrando en todos los caminos...

Y, hablando de caminos, la empatía es fundamental también en la carretera. Ya saben que hablo con frecuencia de las cuestiones del tráfico en esta columna. Con mis cincuenta o sesenta mil kilómetros al año desde hace veinticinco se puede decir que he visto ya de todo. Y no me canso de insistir en que, un segundo después de la tragedia, de nada valen el arrepentimiento o el desear que las cosas hubieran sido de otra manera. Un móvil a una velocidad excesiva es un arma mortífera, y el automóvil tiene esa capacidad. Si más de uno fuese consciente de lo rápido que puede mudar la realidad personal y del entorno cuando estamos al volante, tendría más cuidado. Y es que no hay vuelta atrás...

Pero se ve que todavía es posible un paso más en el camino del horror, muy por encima de las imprudencias, las temeridades, las negligencias y las conductas inapropiadas al volante. Y este tiene que ver con la voluntad expresa de hacer daño al otro, sin importarte un bledo, o la enajenación absoluta de tal voluntad en cualquier sentido. Y, cuando esto se produce, no hay palabras que puedan expresar todo el pánico que nos produce semejante comportamiento, por un lado, o toda la pena que sentimos por la tragedia y el desaguisado para personas absolutamente inocentes que encuentran una muerte horrible ya no por la irresponsabilidad o la conducta punible de un tercero, sino también por lo que esto significa en términos de desprecio absoluto del actuante hacia la vida del otro.

Reflexiono sobre todo esto, como habrán supuesto, pensando la tragedia de estos días en la autovía del Noroeste, a la altura de la división entre las provincias de Lugo y A Coruña, después de que un presunto conductor suicida recorriese bastantes kilómetros de la misma en sentido contrario. El resultado, horroroso. Una persona cuya vida ha sido trágicamente cercenada, la muerte también del primero -inexplicablemente- en los primeros años de su vida y una tercera persona herida grave que, por suerte, parece que está mejor. La investigación sigue su curso, y todavía no se puede asegurar nada pero ¿cómo puede un coche ir tantos kilómetros en sentido contrario y seguir otros tantos en el sentido opuesto, después de cambiar el sentido de marcha y la calzada? ¿Buscaba un impacto, como una forma de suicidio? ¿Era una apuesta con otras personas, tal y como se ha detectado en otras ocasiones en esa misma carretera, mucho más cerca de Madrid, lo que implicaría aún una gravedad muchísimo más extrema de los hechos y para más personas? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué sociedad es esta, en la que las acciones de unos no consideran a los otros?

Seamos prudentes, porque nada está cerrado y el tema es objeto de investigación. Pero si la acción se desarrolló de forma consciente, es un verdadero asesinato y caben pocas eximentes o justificaciones para el autor de la misma. Solo cabe pensar no en un despiste, ya descartado por los investigadores, sino en alguna forma de enajenación transitoria verdaderamente grave e irreversible. Porque, si no es así, es difícil imaginar el motivo para semejante comportamiento.

Con todo, pienso en las víctimas, especialmente en la persona que perdió la vida. Y aquí es donde cobra toda su fuerza esa aproximación empática al horror. Me pongo en la piel de su familia, de sus amigos, de sus allegados, de sus seres queridos y... solo caben silencio y horror. No hay palabras que se puedan pronunciar. Me he imaginado hoy que esto me ocurre a mí o a algún ser muy querido. Y, francamente, no hay derecho. Solo rabia y dolor. Conduje ayer por la autopista, en medio de la niebla, y me daba escalofríos solo la idea de que pudiese surgir un vehículo de ella aproximándose hacia mí a velocidad de vértigo. No me extraña que la Guardia Civil se encontrase, en el momento del accidente, a varios conductores absolutamente paralizados en el arcén después de encontrarse, minutos o segundos antes del impacto, al conductor suicida evolucionando hacia ellos...

Necesitamos empatía. Entender que nuestras acciones afectan a las demás personas, como primer paso para poder protegerlas y protegernos. Es fundamental si no queremos caer en la decrepitud individual y colectiva.