Varios de los periodistas que han cubierto la cumbre del G-20 que se ha celebrado en China nos han informado sobre las actividades que han realizado las esposas de los mandatarios mundiales. Como buena anfitriona, Peng Liyuan, la "atenta y elegante" mujer del presidente chino, llevó a las primeras damas de visita a la Academia de Arte de China de Hangzhou, les mostró una exhibición de ropa de seda del país, les enseñó a escribir el carácter chino he como símbolo de paz, las invitó a tomar té, y las animó a que, como ella, se hicieran embajadoras de la lucha contra el sida. Para finalizar, las primeras damas protagonizaron su particular foto de familia, a imagen y semejanza de los jefes de Estado y Gobierno, pero cambiando el azul del centro de congresos por un fondo de una pintura tradicional china, más acorde con las damas. Mientras ellas se dedicaban a tan amables y armónicas actividades, sus esposos intentaban llegar a acuerdos para revitalizar la economía mundial, frenar el cambio climático y discutir salidas al conflicto sirio, que para eso deben ocuparse de los temas serios. Hay sin embargo varias notas discordantes en este tradicional reparto de funciones, y es que, entre los 36 mandatarios reunidos en la cumbre, había cuatro mujeres. La primera ministra británica, Theresa May; la canciller alemana, Angela Merkel; la presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, y la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, se han dedicado a buscar soluciones a los problemas mundiales y sin embargo no parece que nadie haya hecho caso a sus maridos. Como algunas y algunos somos un poquito quisquillosos, aspiramos a que en un futuro cercano sean muchos, al menos la mitad, los esposos que disfruten tomando el té y organizando actos benéficos bajo la tutela de algún elegante y educado primer caballero que actúe como perfecto anfitrión mientras sus esposas trabajan. Me reconocerán que la situación actual no es del todo justa para ellos. Como son más, en este tipo de cumbres siempre se organizan actividades de entretenimiento y solaz para las primeras damas mientras que se ignora olímpicamente a los primeros caballeros porque aún son pocos. O alguien sabe, si es que han acompañado a sus esposas a China, a qué se han dedicado por ejemplo Joachim Sauer, esposo de Angela Merkel, o el marido de Theresa May, Philip John May. Los pobres son los más olvidados, pero que no se preocupen. Con algo de suerte pronto serán muchos los hombres que aprovechen los viajes de sus mujeres para aprender algo de caligrafía china o para comprarse un maravilloso hanfu de seda.