Seamos serios. En democracia, cada uno vota lo que le parece, de entre todas las opciones posibles. Es así, y creo que no puede ser de otra forma. Uno vota a estos, aquellos o a los otros y no necesite a nadie que le tutele porque, precisamente, en eso está el quid de la cuestión. Elige a quien quiere elegir o, alternativamente, vota en blanco, opción también muy legítima que expresa que nada de lo que se presenta a un determinado proceso nos interesa o nos gusta. Pero cada uno, en función de sus ideas y de todos los ingredientes adicionales a los que se quiera invocar, tiene y debe tener todo el abanico de posibilidades a su alcance. Si alguien pretendiese que no fuese así, ¡menuda democracia!

Otra cosa, distinta pero relacionada, es el insoportable nivel de partitocracia que ha alcanzado nuestra sociedad hoy, de manera que el bien común hace tiempo que ha dejado de ser -si alguna vez lo fue- el faro de todas las miradas de los políticos. Los partidos son estructuras que se retroalimentan a sí mismas, y muchas veces la estrategia de unos y otros ante una determinada cuestión, se comunique esto con mayor o menor cinismo, se antepone a lo que debería ser la lógica común, medida en beneficio para el conjunto de la ciudadanía.

Así, en esta forma de democracia, hemos evolucionado a una delegación prácticamente de casi todo, en la que se nos convoca e intenta seducir solo durante quince días cada cuatro años en las urnas, sin ir más lejos en casi nada, salvo muy contadas experiencias. "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". Es la nueva cara de un cierto despotismo ilustrado, en el que terminan recalando todas las opciones, independientemente de cómo se presenten ante la sociedad. Al final, sea cual sea su motivación inicial y todo lo que hayan echado en cara a los otros, las cúpulas de las formaciones políticas se erigen en la práctica totalidad de los casos en verdaderos monarcas absolutos. Ejemplos sobran para comprobarlo.

Pero, dicho todo esto, reitero que la democracia es la democracia. Los partidos serán como son, y las opciones, las que sean. Ya lo sabemos. Pero es lo mejor que tenemos y, cuando el pueblo habla, no valen reproches. Y esto, que incluso sería poco elegante y hasta de mal gusto para un pobre analista de lo cotidiano como este, es absolutamente impresentable para quien está inmerso en tal proceso, por ser arte y parte de alguna de las formaciones que compiten por la confianza del pueblo.

Así es como veo yo la salida de tono de algún diputado mesías de formaciones de nuevo cuño, que ha cuestionado en un efímero mensaje en redes sociales la legitimidad del pueblo gallego para votar mayoritariamente a quien votó en las pasadas elecciones, independientemente de que, lógicamente, a unos les pueda gustar el resultado y a otros no. Cada uno vota lo que quiere y en conciencia, y no valen insultos ante tal realidad. Todos los votos son válidos, y esa es la esencia de la democracia. De esta democracia, eso sí, un tanto lastrada por el antedicho sesgo hacia su propia supervivencia y engorde de todos los partidos, incluido el suyo.

Otra persona significada en el mismo entorno político de tal diputado incidía en cuestiones parecidas, manifestando que si se segmentasen por edad los votos, el de los menores de cuarenta y cinco años hubiera producido resultados netamente diferentes. Un nuevo desatino, salvo que se quiera prohibir el voto a los menos jóvenes. ¿A dónde vamos a parar? Y es que uno y otro comentario quizá sean adecuados para una reunión informal de taberna, pero nunca para quien se espera que tenga otro respeto al pueblo, a las personas, tan legitimadas para votar como ellos, y a un procedimiento democrático que han aceptado desde el momento que se han presentado a unas elecciones.

Nuevas afrentas a la decisión soberana del pueblo. Tan claras como, insisto, la propuesta de que vayamos a unas terceras elecciones generales. Las personas no nos equivocamos votando, y no nos da la gana de cambiar nuestro voto. Si los que se han presentado no han sido capaces de formar un Gobierno, es su problema, y algo tendrán que hacer para que el resultado sea de otra forma. Si hay alianza progresista, se ponen de acuerdo y gobierna la izquierda, bien. Pero si no, que dejen que lo haga la lista más votada. Ya tendrán luego elementos para hacer oposición o, incluso, para utilizar los elementos de censura previstos por el sistema. No hay más. Porque, no se olviden, unas terceras elecciones, seguramente, no conducirían a nada distinto de lo que ha salido en las otras dos ocasiones. Repito: cada uno votó en conciencia, y no tiene por qué cambiar tal decisión íntima, personal, incuestionable y soberana. ¿Nos van a llevar a n elecciones, con n tendiendo a infinito?

Ah, en el supuesto casi innombrable de que los intereses de unos y otros prevaleciesen sobre los colectivos hasta tal punto de que nos llevasen a terceras elecciones, reitero lo que he dicho en más ocasiones: me parece gravísimo que las formaciones sigan insistiendo en un producto, sus cabezas de lista, que se ha manifestado poco conveniente en esta ocasión. Lo lógico sería cambiarlo, si lo que primase fuese, realmente, el interés colectivo. ¿Actuarán en consecuencia?