Siendo competición la política, no es posible calibrar el rendimiento de un partido analizando exclusivamente sus porcentajes de voto como hizo el señor Borrell el viernes noche en la tertulia de 24 horas de TVE para defender a Pedro Sánchez de sus críticos del PSOE que sostienen que con él los socialistas solo han cosechado derrotas. Borrell dijo que el gran descenso electoral se produjo con Rubalcaba en noviembre de 2011, el 28% frente al 48% de 2008 con Zapatero, y no con Sánchez, secretario general desde julio de 2014, bajo cuya dirección el partido "mantuvo el tipo" consiguiendo el 25% de los votos en las locales de mayo de 2015, el 22% el 20-D de 2015 y el 22,6% el 26-J de 2016. Así es, pero de ahí no se desprende que Sánchez no haya fracasado desde que dirige el PSOE. Como la política es competición lo importante es comparar porcentajes y si un partido se limita a conservar su marca en niveles medianos cuando su eterno rival le saca 2 puntos en locales, 6 en las generales de 2015 y 11 en 2016, por no hablar de lo ocurrido en Galicia y el País Vasco hace una semana, ya no se puede negar que pierde. Si la comparación con los competidores se hace sobre escaños obtenidos, el fracaso es indisimulable y si, finalmente, el eterno rival conserva el gobierno, aunque sea en funciones, porque tú no eres capaz de arrebatárselo ni por los votos ni por los pactos y además en las probables terceras elecciones aumentará sus posibilidades de gobierno mientras tú andas con el partido hecho unos zorros, ¿cómo lo llamamos a eso? Creo que, sí, que Sánchez es, en gran medida, responsable de lo que ocurre en el partido por presentar las derrotas como victorias contra Podemos y las encuestas y desentenderse de los pésimos resultados en Galicia y el País Vasco; por haberse negado obstinadamente a la abstención sin ofrecer en su lugar un gobierno alternativo al tiempo que rechazaba las terceras elecciones y por haberse lanzado las últimas semanas a tantear a los independentistas con una temeridad que solo se ha enfriado tras el órdago de Puigdemont y los resultados en Galicia y País Vasco donde ha sido rebasado por Mareas, Bildu y Podemos. Tampoco creo que su constante apelación a la militancia sea un acierto porque siempre he sido crítico con las primarias y con llevar la complejidad política al patio de vecindad. En suma, Pedro Sánchez es responsable pero también lo son su dirigencia y su militancia.

Desde Zapatero circula el PSOE por la radicalidad, demonizando al PP como la derecha extrema y vinculándose a los nacionalismos en sus diferentes versiones. A Zapatero la crisis le agotó el filón y Rajoy ganó con mayoría absoluta a Rubalcaba en noviembre de 2011. Rubalcaba extremó sus posiciones hasta su dimisión en 2014 y Sánchez siguió en ello tras la potente aparición de Podemos, siempre con el aplauso del Comité Federal y la militancia. Borrar al PP y rechazar de plano cualquier aproximación hasta en las circunstancias más delicadas ha venido siendo el objetivo principal del PSOE todo entero, hasta que las derrotas electorales desde las locales de mayo de 2015, la ultimísima deriva de Puigdemont y la persistente pujanza de Podemos han alarmado a los barones llevándoles a preferir la abstención que lleve a Rajoy a la Moncloa a unas terceras elecciones en las que PP y Podemos mejoren resultados. ¡A buenas horas mangas verdes!, pensarán Rajoy e Iglesias ahora que, en efecto, las terceras se les presentan bien prometedoras.

Cuando termino esta columna en la calle Ferraz los sanchistas increpan a los críticos al grito de golpistas, no sois socialistas. ¡A ver quién reconduce ahora todo esto!