E n principio, nadie me convence de que no hay nada más injusto que evaluar de la misma forma a personas diferentes.

A estas alturas ya hemos pasado las reválidas de Primaria y este curso se inaugura con las de ESO y Bachillerato, siendo llave ambas para obtener la titulación, es decir, el alumnado se juega a una carta la titulación independientemente de que sus cuatro cursos de ESO o sus dos de BAC hayan sido buenos o malos. Ellos serán los primeros sufridores, los segundos serán los centros públicos que se verán retratados en un escalafón que iguale el barrio de Salamanca y un suburbio degradado, con los mimbres que partan y los cestos que fabriquen.

Sabemos desde hace décadas que no podemos centrarnos en evaluar contenidos memorísticos (pero nos los exigen las reválidas) sino en lo que saben hacer los alumnos, el proyecto que saben desarrollar a partir de una información, cómo la emplean, la razonan y si pueden resolver problemas complejos con los saberes adquiridos. En este proceso evaluador cabe todo, la organización del centro, la formación continua del profesorado, los recursos, los equipos directivos, las familias, los procesos de aula, el uso del tiempo, la interacción en las clases, la cooperación entre los alumnos, para qué se usan los libros, qué deberes se proponen y para qué.

Ya ha aparecido la palabra clave de estos días, los "deberes" en casa que denuncia la Ceapa y nos presenta un anuncio en televisión -no recuerdo qué vende- en el que una amplia familia feliz hace deberes juguetones con cerezas y sandías, porciones de queso, huevos rotos? Dejemos las anécdotas y veamos la realidad, familias de "niños con llaves" que llegan a casa con o sin deberes y están solos; niños que al llegar con o sin deberes se van con las vacas, niños que empalman la escuela con la academia de barrio en la que los mantienen ocupados, hacen o les hacen los deberes hasta la noche o niños que sus padres tienen tiempo y dinero para dedicárselo a sus hijos y prefieren usar el segundo, programando la semana con sus propios deberes deportivos, musicales, conversación de idiomas, alguna clase particular a domicilio hasta que les llega la hora y solo los ha visto la empleada de hogar.

Disculpen el trazo grueso de la caricatura, que sí, es para provocar la discusión, son razonables cuando los niños ven que sus padres se preocupan por lo que hacen en el colegio; pero no lo son, cuando los deberes se convierten en un elemento de inequidad.

Ha habido momentos en España, en los años 70 y 90 en los que se vio equilibrar las desigualdades sociales; pero ahora la brecha crece, ¿cuánto vamos a dejar que crezca?

Los deberes no dejan de ser una enorme contradicción pedagógica, que trae empacho y rechazo a cualquier aprendizaje, parece como si estuviésemos haciendo niños viejos en una escuela fracasada en la que los docentes están agarrotados por el sistema y los críos sufren las consecuencias.

Hay quien está viendo agresiva la campaña de la Ceapa, para mí es modesta, pero hace falta un pacífico misil en el modelo educativo de la cultura del esfuerzo y centrarnos en la productiva cultura del bienestar escolar. A nuestros vecinos del norte les va bien.