Por decirlo con contención y mesura, los españoles nos hemos dado una vida política muy ajetreada. Con la esperanza de que lo sucedido no se convierta en una enfermedad crónica de nuestra democracia, queremos ver cada movimiento político como un paso más hacia el final del túnel que nos ha de llevar a una situación de estabilidad para poder enfrentarnos a los retos del presente y a las soluciones del futuro. Pero lamento decirles que todavía no se puede cantar victoria. La inestabilidad y la incertidumbre pesan, y mucho, sobre nuestras espaldas. Tras los bochornosos acontecimientos ocurridos en el famosísimo Comité Federal del Partido Socialista que se saldó con la decapitación política de Pedro Sánchez no pocos españoles entendieron que el problema de la gobernabilidad de España encauzaba su solución. No es así. Como en el camarote de los hermanos Marx un lío sigue a otro al grito de ¡más madera! Cuando quedan poco más de 20 días para que el calendario legal convoque unas nuevas elecciones, la situación no ha mejorado y, aún suponiendo que el Partido Socialista acceda a abstenerse en un nuevo intento de Rajoy por investirse como presidente del Gobierno, se atisban enormes dificultades para que el Gobierno nuevo pueda ejercer sus funciones razonablemente. Un Gobierno de Rajoy en minoría está condenado a reveses permanentes en el Parlamento. La izquierda y los independentistas, que han sido incapaces de conformar un Gobierno alternativo, se pondrán fácilmente de acuerdo para tumbar cualquier Ley que Rajoy someta, para su aprobación, en el Congreso de los Diputados. Empezando por la Ley de Presupuestos y siguiendo por la derogación de todas aquellas leyes aprobadas la pasada legislatura. La situación es tan perversa que mientras el PSOE con su hipotética abstención buscará evitar unas terceras elecciones que se anuncian como letales para su formación, un partido roto y enfrentado paga caras facturas en las urnas. Lo saben y prefieren el coste político que en un principio supondría su abstención que un nuevo batacazo electoral con sorpasso incluido. Su idea es someter a Rajoy y a su Gobierno a una especie de tortura parlamentaria que lo lleve a presidir un Gobierno imposible. No es un lío menor. Por su parte el PP que parece asistir como observador pasivo al monumental lío que vive la formación del puño y la rosa, maneja datos según los cuales en unas terceras elecciones mejoraría posiciones y cogería a sus adversarios en su peor momento. Pero el PP no debe mostrar su preferencia por unos nuevos comicios porque sabe que la ciudadanía está más que harta de los problemas que han generado los propios partidos políticos. Si Rajoy acepta ser investido con la abstención de los socialistas y sin un acuerdo pactado de legislatura que le procure estabilidad a su Gobierno, estaría aceptando ser presidente de una corta legislatura que a manera de purgatorio le supondría asistir con impotencia a presidir un Gobierno que debe administrar decisiones que tomarán otros. Si Rajoy no acepta eso entonces estamos en puerta de las terceras elecciones. Lo dicho, otro lío.