Saludos tengan ustedes de mi parte, en medio de jornadas cargadas de actualidad. Días de zozobra en el Caribe, al paso del huracán Matthew. Y, al tiempo, consenso en Naciones Unidas sobre quién será su nuevo Secretario General a partir de 2017: António Guterres, ex primer ministro de Portugal. Nobel de la Paz para Santos, presidente de Colombia, en lo que puede ser un apoyo clave a la reconducción del proceso de paz en ese país después del no al referendo de los acuerdos entre Gobierno y FARC. Y, en clave doméstica, continuación de los dimes y diretes, pulsos, avances y desmentidos entre las diferentes fuerzas políticas, que tendrán que traducirse, más pronto que tarde, en la conformación de un nuevo Gobierno que pueda tomar las riendas de un futuro que se antoja complejo. Todos ellos acontecimientos de medio y corto plazo, que son noticia de portada hoy, pero que vienen acompañados a su vez por tendencias consolidadas de cambios en nuestra sociedad, que continúan y se hacen más profundos, y de los que ya saben que me gusta departir con ustedes. Y hoy, si me lo permiten, en clave de agresividad.

Nuestra sociedad cambia a ritmo vertiginoso. Y, en medio de otros cambios más amables y que nos hacen la vida mejor, florecen algunos rasgos que deberían al menos inquietarnos. Uno de ellos es una mayor agresividad en todos los órdenes de la vida. Parece como si todo el mundo, de repente, se hubiese hecho menos tolerante con las diferencias y con un cierto nivel de discrepancia respecto a lo que uno piensa, que nos debería parecer natural. Y es que lo nuestro y lo de los demás es igual de respetable, siempre que supere listones mínimos, relacionados con los derechos más elementales de todas las personas. Pero, en la práctica, tal planteamiento no se acepta, y eso se traduce en la confrontación agresiva de opiniones y formas de ver la vida y la sociedad en la calle, pero también en los medios de comunicación y hasta en los Parlamentos. Se evidencia, también, en el afloramiento de nuevos proyectos que rozan o, directamente, abrazan un cierto grado de totalitarismo, como los nuevos partidos emergentes de ultraderecha en buena parte de Europa, con un discurso basado en el odio. O en muchos otros rasgos de nuestra sociedad del siglo XXI.

Ejemplos hay muchos, en diferentes temáticas y con distinta intensidad. Miren el agrio debate que, en el seno del Partido Socialista, se ha producido estos días, con niveles de tensión ciertamente altos que deberían haber encontrado un cauce mucho más civilizado, sin llegar a forzar tanto las cosas. O, dando una vuelta de tuerca más y sin salir del ámbito de la política, en el sorprendente y lamentable resultado de un eurodiputado del UKIP inconsciente después de un fuerte puñetazo por parte de un compañero de su formación, al hilo de una discusión por cuestiones de liderazgo.

Pero para agresividad, la que hemos conocido estos días, en el patio de un colegio de Mallorca, sobre una niña de ocho años. La misma habría sido presuntamente cometida por un grupo de alumnos del mismo colegio, mayores que ella. Y, el desencadenante, el simple hecho de que la niña habría cogido una pelota, lo que habría llevado a dicho grupo a emprenderla a patadas con la menor, que sigue aún hospitalizada. Un ejemplo extremo del acoso escolar, donde niños y niñas son víctimas y agresores, y que complica las relaciones en el aula y la buena marcha de un proceso tan importante e indispensable como es el relacionado con la formación, en el sentido más amplio, de los más jóvenes, especialmente sensibles a esos fenómenos.

¿Qué le pasa a nuestra sociedad? ¿Son tan altos los niveles de crispación y frustración presentes en la misma que esto explica tal incremento de la agresividad hacia a los otros? Pues ya nos dirán algo los especialistas en la materia pero yo creo constatar, a partir de un simple análisis de la realidad, que sí. Entiéndase, además, que en el caso de los menores muchas de las conductas y las actitudes se producen por imitación de sus mayores con lo que, ¿qué tipo de ejemplo estamos dando a los más pequeños? ¿Somos hoy menos felices? ¿Por qué descargamos en el otro nuestra frustración? ¿Somos hoy menos tolerantes?

No piensen, como digo siempre, que voy a ser yo quien conteste estas preguntas abiertas. No es fácil y, seguramente, mi respuesta no fuese la mejor o la más contrastada. Pero sí que creo conveniente esbozarlas para que no se pierda el foco de qué tipo de sociedad construimos y para qué. Los cambios que nos afectan cada día están influyendo en el sentido de llevarnos a un modelo de sociedad distinto. Esto tiene aspectos positivos y otros más negativos, produciéndose un cierto coste de oportunidad. Quizá estemos dibujando una sociedad más individualista e indiferente, donde se respeta más la diversidad (¡bien!), pero donde se diluye y pierde cada vez más lo que tiene que ver con lo colectivo, léase empatía, respeto o solidaridad (¡mal!)...

Ya me dirán qué les parece... Y ahora discúlpenme... Voy a ver si veo cómo evoluciona Matthew en su paso por Florida. Que, con su categoría cuatro, es una clara amenaza a corto plazo para aquel a quien pille en su camino... Y que en un lugar como Haití, donde llueve sobre mojado una vez más, ha ensombrecido todavía más un panorama realmente complicado para vivir... Hablaremos de ello...