Están los socialistas que no quieren la abstención ni en broma. Sería, dicen, arrodillarse ante el partido de la corrupción y el peor presidente de la historia, y prefieren las elecciones aun seguros de empeorar sus ya malos resultados. Entre ellos, militantes notorios como Pachi López, López Aguilar o Iceta y decenas de miles de militantes de base a los que ha movilizado el alcalde de Jum contra la Gestora que preside Javier Fernández y a favor del "no es no" de Pedro Sánchez. Se sienten engañados por los barones abstencionistas y decepcionados por la posición de Felipe González y la vieja guardia. Y no les falta razón, porque consentir la investidura de Rajoy es renegar de cuanto viene proponiendo el partido desde que condensó y petrificó en uno sólo su mensaje: derribar a Rajoy y al partido de derecha extrema que preside. Y se comprende su indignación porque nadie les ha explicado por qué se les impone un cambio tan radical. Merecen un respeto. Están también los socialistas que, poco a poco, han ido convenciéndose de que la abstención era preferible a las terceras o a echarse en brazos de Podemos e independentistas. Felipe González, dos semanas después de pontificar que "Rajoy no merece ser presidente", mandó parar, los barones despertaron, se armó el belén en el Comité federal y así hasta la gestora que se centra en resolver un único asunto, cómo evitar las terceras facilitando la investidura de Rajoy con una abstención que no se note y no irrite demasiado a su militancia. Es un propósito razonable que también merece respeto si cumple dos condiciones. Que la abstención sea mayoritaria en el grupo parlamentario y la rectificación se argumente sin la arrogancia que muestran muchos dirigentes en declaraciones del todo impertinentes y que no sea una abstención con trampa.

Dicen esos dirigentes arrogantes que se excede el PP pidiéndoles apoyo en los presupuestos o respaldo y acuerdos de gobierno. La abstención, dicen, se acaba con la investidura y al día siguiente los socialistas volverán a la confrontación con más ganas y dureza que hasta ahora porque les va en ello su competición con Podemos por la hegemonía en la oposición. Si esa es su postura y su explicación en el debate, a cargo del mismo portavoz que defendió el "no es no," abunda en descalificaciones al PP, la abstención no debería ser aceptada por Rajoy. Y si la abstención se plantea con la trampa de la ausencia de una docena de diputados mientras el resto del grupo insiste en el no, tampoco debería ser aceptada por Rajoy. Está en juego la dignidad de las

instituciones, del Congreso, del Gobierno y del Jefe del Estado, y de ocho millones de ciudadanos que apoyaron al PP y a su cabeza de cartel, que no entenderían tanto desprecio en un adversario que, por sus propios méritos, está como está y que, de convocarse las terceras, aun estaría peor.

A la gestora socialista le va a costar explicar y escenificar su abstención pero es cosa suya el precio que pague por ello. También le va a costar a Rajoy explicar por qué la acepta de quien al día siguiente va a empeñarse con Podemos y el resto, incluido el volátil C's, en impedirle gobernar. Este será el precio que pagaremos todos, no sólo el PP, hasta que, convencido Rajoy de que así no se puede gobernar, disuelva el Congreso y convoque elecciones con la esperanza de lograr una mayoría más cómoda que la actual y de que se recomponga y modere la izquierda, bajo unas siglas u otras.