Decía Ortega que debemos entender a la persona siempre en función de su circunstancia. Y es que los seres humanos, independientemente de nuestra natural capacidad de desarrollarnos, salir adelante, reinventarnos infinitas veces y, por encima de todo, volver a construir y empezar un ciclo nuevo, estamos muy condicionados -o, a veces, lastrados- por nuestro contexto personal. Y, en particular, por el lugar y la familia en la que venimos al mundo. No es lo mismo nacer en un pueblo sencillo a los pies del Karakórum que en un bullicioso barrio de Mumbai, o en algún pueblo cerca de Tragacete -serranía de Cuenca- que en Santo Domingo, capital de la República Dominicana. Y, aún viendo la luz en un lugar o en otro, es bien diferente la experiencia en función de las condiciones socioeconómicas de partida de cada individuo. Así, no tiene nada que ver una infancia en una mara en la Colonia El Limonero, en la parte más peligrosa, deprimida y compleja de Ciudad de Guatemala con la confortable vida en alguna de las imponentes residencias de la zona 14, en la misma ciudad. O poco se parecen, de igual forma, la existencia en el barrio de Recoleta, una de las zonas más acomodadas de Buenos Aires con las dificultades en los cinturones de ranchitos que rodean tal capital.

Con todo, hay lugares mejores y peores para nacer, estarán de acuerdo conmigo. Pues bien, con tal premisa compartida quiero llamar su atención, y no es la primera vez que lo hago, sobre uno de los lugares más complicados en que la naturaleza puede poner a una persona. Pista primera, es uno de los dos países en los que está dividida la isla a la que un día se denominó La Española, y a la que arribó la Santa María de Cristóbal Colón. Y, pista segunda, una de sus lenguas oficiales es el francés. Han acertado. Me refiero, como ya saben, a Haití.

Y es que en el país caribeño, ciertamente, parece que no salen de una para tener ya la desgracia de la siguiente. A dos horribles dictaduras de los Duvalier, padre e hijo, que nos dejaron el recuerdo de los Tonton Macoutes, aquellos temibles escuadrones de la muerte, no remunerados, que practicaban la extorsión y el crimen para su propia supervivencia, así como indicadores propios no de los países americanos de alrededor, sino de las zonas más deprimidas de África, siguieron muchos más problemas... Un estado permanente de conflicto que terminó de asolar y arruinar el país, una corrupción generalizada en estamentos de poder, la caída sucesiva de diferentes gobiernos, o diferentes fenómenos meteorológicos destructivos. Con todo eso, mal íbamos ya... Si sumamos, además, el devastador terremoto del año 2010, de magnitud 7 en la escala de Richter, del que nunca se han recuperado y que terminó por arruinar las exiguas infraestructuras de todo tipo de un país verdaderamente roto en todos los sentidos, peor... Y si, suma y sigue, lloviendo sobre mojado, empapado y húmedo, ponemos también sobre los hombros de la ciudadanía haitiana el reciente impacto del huracán Matthew, la desgracia está servida.

Hablar hoy de Haití, pues, es hablar de cólera y otras epidemias. De falta de acceso a agua potable y saneamiento. De escasez generalizada de comida. De carencia de medicamentos esenciales. De falta de la seguridad más elemental... De personas en la calle, sin un lugar donde dormir... Hablar de Haití es, no cabe duda, hablar de muchos problemas en términos socioeconómicos y ligados a los más elementales derechos humanos. Porque Haití, como les decía, es uno de los lugares más complejos para nacer. Un lugar donde del millón de personas que perdieron la vivienda en el temblor de tierra de hace seis años, muchos no la habían recuperado. Y donde las inundaciones y la destrucción por los fortísimos vientos del Matthew han abundado y profundizado en la desgracia de muchos haitianos... Todo eso y mucho más...

Pero ello no quiere decir que Haití no tenga una historia rica y llena de matices. O que sus habitantes sean peores que los de otros lugares. O que, a pesar de todo, no haya toneladas de resiliencia y de ganas de salir adelante. Sólo quiere decir, como decía Ortega, que la circunstancia es la circunstancia. Y la de las haitianas y haitianos, por lo que parece, está un tanto fastidiada...

En tal tesitura extrema, a nuestra capacidad colectiva de apoyo y solidaridad, como Humanidad que somos, corresponde dar un paso adelante para intentar revertirla... Y porque la omisión también es una toma de posición ante la adversidad ajena...