Hoy se celebran en los EEUU las elecciones presidenciales y las legislativas para elegir a la totalidad de la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado. En ellas se enfrenta la candidata mejor preparada de la historia a un magnate de la industria del ocio que lo ignora casi todo. Y aunque no hay comparación posible entre ambos, ninguno despierta entusiasmo. Hillary da una imagen ambiciosa, fría y calculadora, apegada al dinero y a eso que se llama el establishment. Que cambia de opinión a golpe de encuesta, hasta el punto de encargar una para nombrar a su perro, y que ha sido acusada de cometer errores en Bengazi y en la gestión de su correo oficial mientras era secretaria de Estado, aunque fue exonerada en ambos casos. A sus discursos les falta garra y parece más preocupada en no meter la pata que en proponer un programa ilusionante de gobierno.

En frente tiene a un individuo impresentable con ego descomunal que habla sin pensar en lo que dice, con un desconocimiento enciclopédico del mundo, que cambia de opinión con frecuencia y que no tiene el equilibrio y autocontrol necesarios para ser comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo. Que insulta a su oponente y a quién se le pone por delante: mexicanos, musulmanes, minorías, mujeres, jueces, periodistas, homosexuales... Que es apoyado por el Ku Klux Klan y que miente. Si Trump no sale elegido, no será por sus estrambóticas ideas (o falta de ellas) sino por sus exabruptos y esto quiere decir que muchos de los americanos están de acuerdo con él. Por el camino ha tratado de cargarse la legitimidad de su adversaria y deja detrás un partido Republicano destrozado.

Francis Fukuyama dice que su éxito es la prueba de que la democracia norteamericana funciona pues da voz a la ira de muchos norteamericanos por una crisis económica que no pagan quiénes la provocaron, por guerras costosas e impopulares y por miedos identitarios y económicos de los ciudadanos de raza blanca afectados por los cambios demográficos y por la globalización, que ven en Trump a un hombre capaz de canalizar esas frustraciones, de gestionar la economía y de cambiar Washington.

Las diferencias entre ellos son grandes con relación a cuestiones políticas, sociales y económicas. En política exterior, Trump es un peligro por su ambigüedad sobre primer uso del arma nuclear, porque que acepta que Putin se haga una esfera de influencia en Europa, porque rechaza el pacto nuclear con Irán y porque considera que la OTAN está "obsoleta", con lo que deja a Europa a la intemperie. Con Trump al frente, los EEUU serían una gran potencia impredecible y comprensiva con el expansionismo ruso. Por su parte, Clinton continuaría el multilateralismo de Obama aunque sería probablemente más intervencionista, sin que sea seguro que vaya a ser el halcón que algunos dicen. En todo caso ambos tendrán que tener en cuenta que los norteamericanos no están a favor de aventuras exteriores.

La pelea se extiende también a la lucha por el Congreso. Ahora los Republicanos tienen una mayoría de 54 senadores por 46 los Demócratas y si estos ganaran 4 pasarían a dominar el Senado porque se impondría el voto de calidad del vicepresidente, que lo preside. No es imposible. Bastante más difícil sería un vuelco en la Cámara de Representantes, donde los Demócratas necesitarían arrebatar 30 escaños a sus rivales.

Tras los últimos escándalos por sus impresentables comentarios sobre las mujeres, Trump ha optado por enardecer a sus bases, desafiar al liderazgo de su partido y denigrar tanto a su rival como al sistema. Llama a Clinton "asquerosa" y "corrupta" y afirma que el sistema está manipulado para hacerle perder la elección. Una encuesta muestra que un 41% de norteamericanos están dispuestos a creérselo. Esto significa que si Hillary Clinton gana, llegará a la presidencia con la mitad del país pensando que donde debería estar es en la cárcel, como dice Trump, que extiende las dudas de ilegitimidad sobre el conjunto del sistema con su indefinición sobre si aceptará el resultado electoral. Peor aún lo tiene el partido Republicano, que tardará mucho en rehacerse de todos los enemigos que Trump le ha creado, y en cerrar la grieta que se ha abierto entre sus líderes y las bases del partido que en un 69% estiman que no le han apoyado a fondo. Eso anuncia un liderazgo débil y rehén de esos exaltados, y una política muy obstruccionista en el futuro inmediato. Más que la que ha padecido Obama.

Kagan ha escrito recientemente sobre el populismo en Europa sin ver que también existe en los EEUU y los contamina de nacionalismo y de proteccionismo. Pero mientras el partido Demócrata parece haber contenido a sus extremistas, el partido Republicano gime bajo Trump, que es un monstruo que ellos mismos han creado. Ningún país se merece un Trump y la tragedia es que haya llegado hasta aquí. El Kremlin, que le ha apoyado interfiriendo en el proceso electoral norteamericano, está sin duda satisfecho. Sin descartar errores de los encuestadores como ha habido en Colombia y en el Brexit... Las encuestas dan a la victoria a Clinton, la primera mujer que llegaría a la Casa Blanca, aunque la última investigación del FBI la ha puesto a la defensiva mientras da aire a Trump. Parece que tendremos emociones fuertes hasta el último minuto.