Supimos en su momento de la reciente visita del papa Francisco a Suecia con ocasión del 500 aniversario de la reforma de Lutero, que el viaje se hacía para reforzar la búsqueda de la unidad entre católicos y luteranos, que todo había transcurrido bien con saludo incluido de una obispa luterana -¡qué casualidad, la foto más repetida de toda la visita!-, que la acogida había sido menos fría que la dada a Juan Pablo II y poco más. Han tenido que ser fuentes privadas llegadas desde Lisboa, Roma y la propia Suecia las que me informan a fondo -realmente la prensa española fue muy rácana con este evento- por las que me entero que esta visita papal ha sido un hito. Del recibimiento hostil a Juan Pablo II como un invasor, el papa Francisco ha sido aceptado como el sucesor de Pedro, recibido por los reyes y las demás autoridades civiles y eclesiásticas. Fue notorio que el matrimonio que capitaneó protestas anteriores ahora, convertidos al catolicismo, hicieron todo lo contrario. Me cuentan que los pocos católicos en aquel país y sus amigos se hicieron ver públicamente y arrancaron una misa al Pontífice, no prevista en principio, para ellos. En fin, un éxito. Y también deduzco que se informó opacamente de un hecho papal y ecuménico muy relevante.