Vivimos tiempos donde se buscan certezas, y en el que muchos creen sinceramente estar instalados en ellas, cuando la realidad es que cada vez que intentamos profundizar en el saber sólo encontramos más incertidumbre. Llevamos siglos tratando de arañar la inconmensurable esfera del conocimiento humano, habiendo alcanzado grandes logros prácticos y desentrañado muchos de los misterios de la Naturaleza que nuestros ancestros jamás pudieron entender más que desde la adoración o el miedo. Pero lo más importante, el núcleo del conocimiento, sigue igual de inédito e inalcanzable. Y es que en pleno siglo XXI, los seres humanos seguimos haciéndonos las mismas preguntas que hace dos mil quinientos años, en tiempos de Aristóteles... ¿Quiénes somos y de dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos? ¿Qué es todo esto?...

Buenos días de otoño y tiempo frío, de rayos de sol robados y de un fin de semana importado entre un Black Friday y un Ciber Monday. Pero ya ven que aquí seguimos, ajenos a todo ello, con la vena filosófica, sacada el otro día a la palestra a partir de la celebración del día mundial de dicha disciplina. Y es que -no somos perfectos- a uno le fascina el planteamiento de problemas ligados a lo esencial y el conocimiento abstracto, muy alejado del utilitarismo de las cuestiones prácticas de cada día. Y a años luz también de los manidos temas operacionales y organizativos, que aunque parezca que aquí sean el summum del interés general y de la industria de la política de partido en particular, no tienen per se una utilidad mayor que la ligada a establecer los necesarios consensos para forjar el mejor marco posible para nuestra convivencia y actividad. Una actividad -social, industrial, artística, científica, emprendedora de verdad- que, desde mi punto de vista, debería ser el verdadero foco de todas las miradas...

A mí lo que me interesa, como les digo, es el intentar entender el porqué. Y, en términos generales, esa es una cuestión en la que vamos bastante poco encaminados... No sabemos, no nos interesa y, al final, en muchos casos nos aburre. Una verdadera pena que no perseveremos, porque aunque la resolución automática de los problemas prácticos sea más bien escasa a corto plazo a partir de tal ejercicio, no cabe duda de que así nos volvemos mucho más permeables al noble ejercicio de pensar, con todos los réditos que ello nos da desde muchos puntos de vista. ¿Lo creen así?

Hoy reflexionaba con Roi, el hijo de no más de trece años de unos buenos y antiguos amigos, sobre la cuestión del Big Bang, el momento exacto en el que el Universo que conocemos comenzó su camino de expansión. Sobre ello y sobre la lógica de la preexistencia de un cúmulo de masa tan denso y tan pequeño a la vez. "¿Y por qué?". Ciertamente, llega un momento en que las respuestas se acaban, y o uno hace un ejercicio de fé -en lo que sea- o no tiene más leña que cortar... Ya el gran Aristóteles advirtió en su momento que un camino al infinito perpetuo, una lógica en que no hubiese un primer principio, sino que todo fuese inmanente porque sí, nos llevaría solo a la contradicción y al abismo conceptual.

Bien distinto -argüí- es el razonamiento de cómo pueden interrelacionarse las escalas de la realidad... Y es que nuestro ingente Universo puede ser solamente un átomo de otro diferente. Por mucho que el átomo esté en órdenes de magnitud de 10-10, y su núcleo sea aún mucho más pequeño, hay infinitos órdenes de magnitud más entre esto y el cero, de forma que en el mismo cabría perfectamente no ya un Universo, sino infinitos. Los que ustedes quieran. Al fin y al cabo, el tamaño siempre es relativo, en tanto que la relación de lo que medimos con el patrón seleccionado para tal medición. Y, puestos ya en la vereda de echar a volar la imaginación, podría también ocurrir justo lo contrario. Que cada átomo de las moléculas que dan estructura a nosotros mismos y todo lo que nos rodea contenga a otros universos -los que sean-, por un razonamiento paralelo al del párrafo anterior. ¿Por qué no, al margen de la simplificación observada empíricamente cuando avanzamos hacia escalas de magnitud menores? Al fin y al cabo, una vez más la infinitud de la recta real nos lleva a infinitos órdenes de magnitud dentro de la pequeñez más extrema...

Bueno... ya ven... en días de Black Friday, en el que alguno de ustedes habrá comprado lo que se supone que estadísticamente iba a gastar yo, déjenme que piense en ese qué y ese por qué que, aunque lo revistamos de conocimiento segmentado, no deja de tener que ver tanto con la Física como con la Poesía... Ahora, mientras les dejo ensimismados en sus propios pensamientos, sin duda muy interesantes, únicos e irrepetibles, me quedaré un rato viendo el cielo. A ver si me viene la inspiración. O, al menos, acierto a vislumbrar alguna basura espacial, o una estrella fugaz. Se trata, sobre todo, de no perder la bisoñez, ingenuidad e ilusión de estar viviendo una aventura increíble -la de vivir dando tumbos en un supuesto espacio a bordo de un geoide donde no acabamos de matarnos de una forma y ya empezamos de otra-. Dicen que en ello, y en ser feliz simplemente contemplando un árbol, radica buena parte de la felicidad...