Me alegra infinito que este año el Parlamento Europeo haya concedido el premio Jarajov a dos mujeres jóvenes -cuyos complicados nombres omito- de la comunidad yazidi en Irak, supervivientes del cautiverio como esclavas sexuales del Daesh. Son como el iceberg de todos los que sufren por la intolerancia religiosa de sus opresores. Aunque en la actualidad muchos de los desmanes de este estilo sean provocados por gentes que se proclaman seguidores de Mahoma no hemos de caer en la islamofobia, pues hay muchos más islamistas que no están de acuerdo con ese proceder. Sin dejar este tema pero en otro campo, ¿cómo reaccionar antes flagrantes casos -pero sospechosamente silenciados- de cristianos que son masacrados por creer en Cristo? ¿Puede hablarse de una cristofobia imperante en zonas del mundo y, lo que es peor, en ciertos medios de información libres? A los hechos conocidos -decapitaciones, crucifixiones, ejecuciones en zonas de Siria, Irak, Libia, etc.- así como ataques y persecuciones intermitentes ocurridas en Nigeria, Pakistán, India, y otros sitios me remito. Hechos no tan sabidos, pero se calculan entre 70-75.000 cristianos encarcelados en campos de reeducación en Corea del Norte, y en China ni se sabe. Esa es la realidad de esta latente cristofobia, si bien sospechosamente silenciada.