Supongo que, después de recordar a la señora de Reus abrasada por una vela, habrán leído que dos hombres de 50 años, más o menos, con domicilio fiscal en una furgoneta estacionada en un descampado madrileño y de profesión fontaneros, murieron hace pocos días porque su mayor posesión era una estufa de butano asesina.

Tragedias que casualmente salen a la luz, que algún genio podría distanciarse de ellas, parodiarlas y partírnoslas en la cara. Ojalá Mendoza, el reciente premio Cervantes, se pusiese a ello. Evidentemente no espero que elija como objeto de sus caricaturas a las víctimas de estas masacres, seguro que él encontraría a los culpables en los barrios pijos a los que parodiar, ridiculizar y presentarnos como los sepulcros blanqueados que son en realidad; con ese humor tan cercano a nuestros traviesos como el Arcipreste de Hita, Cervantes, Quevedo, Gómez de la Serna o el propio Valle-Inclán.

Como ellos deshace y rehace el realismo buscando un purgante, la risa; el mismo que Gila buscaba cuando nos contaba aquellas historias en las que "sí, le habíamos matado al hijo; pero y lo que nos reímos". El sarcasmo y la parodia pueden alejar del maniqueísmo como el anarquismo español en La verdad sobre el caso Savolta o la transición en El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas o el franquismo en Una comedia ligera .

Quizá haya algún estudio que explique su fijación con los locos y los marcianos; en la serie del detective loco, El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982) y La aventura del tocador de señoras (2001), donde la locura es la libertad para hacer un repaso crítico a la sociedad. La segunda serie podría ser la de los extraterrestres, Sin noticias de Gurb (1991) El último trayecto de Horacio Dos (2002). Aquí nosotros somos los locos, la raíz y causa de todo absurdo; la crítica abarca todo Occidente y sus formas de vida.

Mendoza muestra una tendencia natural a jugar con el idioma, al que trata sin respeto, no se inhibe a la hora de crear neologismos, pero reniega de anglicismos. No falta la ironía, el sarcasmo y la sátira que mezcla humor, ingenio y actitud crítica elegante.

En resumen, fustiga a una sociedad imperfecta, denuncia la falta de valores y el cinismo, censura las conductas agresivas, el racismo del español, su nivel cultural deplorable, no podía faltar tampoco la sátira religiosa, burlándose de la castidad y la supuesta pobreza, la sátira política, hace balance de la situación actual y descubre un panorama desolador, paro, incultura, empresariado usurero, leyes estúpidas, corrupción?

Toda esta perspectiva desesperanzadora se resume magníficamente en una frase puesta en boca de un ministro con la que Eduardo Mendoza ofrece valientemente su opinión sobre el estamento político. El ministro, como colofón a un discurso ante su partido, afirma vehementemente:

"No, amigos, no nos moverán. Al fin y al cabo estamos donde estamos porque nos lo hemos ganado a pulso. Hubo una época en que el poder nos parecía un sueño inalcanzable. Éramos muy jóvenes, llevábamos barba, bigote, patillas y melena, tocábamos la guitarra, fumábamos marihuana, íbamos salidos y olíamos a rayos. Algunos habían estado en la cárcel por sus ideas; otros, en el exilio. Cuando finalmente el poder nos tocó en una rifa, voces se alzaron diciendo que no lo sabríamos ejercer. Se equivocaban. Lo supimos ejercer, a nuestra manera. Y aquí estamos. [...] El camino no ha sido fácil. Hemos sufrido reveses. Algunos de los nuestros han vuelto a la cárcel, bien que por motivos distintos. Pero, en lo esencial, no hemos cambiado. De coche, sí; y de casa; y de partido; y de mujer, varias veces, gracias a Dios. Pero seguimos con las mismas convicciones".