Ahora que acaba de fallecer Fidel Castro y que Trump preside un pintoresco período de transición con alegaciones de fraude electoral (que tienen pocos visos de realidad) y especulaciones sobre la conformación de su equipo (por ahora el más conservador y adinerado de la Historia), que se deben tanto a su forma teatral de actuar como a la posible orientación que sus integrantes pueden dar sobre las políticas que aplicará el versátil presidente electo, parece oportuno analizar las intenciones que Trump alberga sobre América Latina donde los intereses de España son muy grandes.

Latinoamérica no ocupa un lugar importante en la política exterior norteamericana, una vez que las democracias predominan en el subcontinente y que parece superada la época de las confrontaciones (Cuba) e intervenciones, tanto militares (Nicaragua, Grenada...) como encubiertas (Chile), por parte de los Estados Unidos en lo que durante mucho tiempo y en aplicación de la Doctrina Monroe consideraban su "patio trasero". Nada permite pensar que este desinterés vaya a cambiar con Trump.

Lo que sí puede cambiar es la política norteamericana en relación con México y Cuba, que no es poco.

Con México, importantísimo socio comercial para España, las consecuencias de la llegada de Trump pueden ser muy serias, pues ya durante la campaña electoral se dedicó a insultar a los inmigrantes mexicanos llamándoles ladrones y violadores, dudó de la imparcialidad de un juez californiano por su ascendencia mexicana, y amenazó con crear policías especiales para expulsar a los once millones de inmigrantes indocumentados que viven en los EEUU. Sus comentarios injustos y teñidos de racismo se adornaban con la guinda de construir un muro a lo largo de la frontera y obligar a pagarlo a los propios mexicanos. Tan alarmado estaba el presidente Peña Nieto que le invitó junto con Hillary Clinton (que declinó asistir) a una reunión en México que fue un desastre porque no tuvo ningún resultado positivo y permitió a Trump adoptar aires de jefe de Estado antes de tiempo. Luego, el ya presidente electo ha matizado algunas afirmaciones reconociendo que hay "buenos hombres" entre esos inmigrantes, que de momento "solo" expulsará a dos o tres millones que tienen cuentas que saldar con la Justicia, y que en vez de muro a lo mejor lo que construye es una valla. Del pago de esa valla por los mexicanos, que era un slogan coreado a gritos en todos sus mítines, no ha vuelto a decir nada.

Pero las cosas no se quedan ahí porque Trump ha prometido que una de sus primeras medidas será denunciar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) que vincula a Canadá y México con los Estados Unidos y al que Trump acusa de ser causante de la pérdida de millares de puestos de trabajo en su país. No es que la economía mexicana esté ligada a la de los EEUU sino que depende directamente de ella, pues nada menos que 1.400 millones de dólares de mercancías cruzan a diario su frontera en ambas direcciones. El Naftaactúa además como una especie de exoesqueleto que tranquiliza a quiénes invierten en México. Su denuncia también será un golpe muy duro para las maquilas que operan al sur del río Grande, porque Trump ha amenazado con imponer fuertes aranceles a los productos hechos en México por empresas norteamericanas. México podría responder dejando de cooperar en asuntos como la emigración o el tráfico de drogas... y no hay que olvidar que 5 millones de puestos de trabajo en los EEUU dependen del comercio con México. Si Trump hace lo que dice, todos van perder. Como decía Porfirio Díaz, "¡pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!".

Con Cuba Obama había iniciado una política de acercamiento que sin derogar el embargo comercial (pues eso es competencia del Congreso dominado por los Republicanos), había restablecido las relaciones diplomáticas y permitido la reanudación de vuelos y de ciertas ventas a Cuba (sobre todo agrícolas). El mismo Obama visitó La Habana y reconoció que la política de embargo era un fracaso (Washington se ha abstenido este año por vez primera en la votación sobre el tema en la Asamblea General de la ONU). A cambio, Estados Unidos ha podido normalizar sus relaciones con Latinoamérica que eran rehén de esta absurda situación. Pero Trump, hombre de negocios, piensa que Estados Unidos no obtiene lo suficiente de ese "trato" (deal) y quiere "un mejor acuerdo para los cubanos, para los cubanoamericanos y para el pueblo estadounidense" y amenaza que si no lo consigue pondrá fin al acuerdo de Obama en cuanto asuma la presidencia. La esperanza es que diga Trump lo que diga, hay muchos intereses que favorecen la normalización de relaciones y que lo que probablemente hará será ralentizar el proceso más que revertirlo. Pero Raúl Castro debe saber que el inmovilismo político volverá a tener un coste.

Los otros dos países afectados, aunque en menor medida, son Colombia y Venezuela. En esta última acabarán previsiblemente los buenos oficios del embajador Shannon por mejorar las relaciones bilaterales, siempre conflictivas, y por acercar las posiciones entre el gobierno y la oposición (en paralelo con los esfuerzos del Vaticano y la OEA). Y en el caso de Colombia, la mayor proximidad entre Trump y el ex presidente Uribe, muy crítico con el acuerdo con las FARC refrendado en la Asamblea Nacional, puede complicar una puesta en práctica que no necesita más dificultades.