Buenos días tengan ustedes, en esta que es la penúltima columna de este año 2016. Fecha que se presta a eso del chascarrillo y la broma, a costa del incauto o ingenuo que, obviando la altura del calendario, se crea a pies juntillas todo lo que se dice en días como el de hoy. Días de inocentadas, de muñequitos colgando de la espalda del que es objeto de la broma y de risotadas por detrás del que no se esperaba la gracia... Inocentadas se hacen en la calle pero también, tradicionalmente, en la prensa y en todo tipo de foros y grupos informales de amigos.

Sin embargo, hoy no les voy a hablar de bromas. Más bien de todo lo contrario. Y lo haré pensando en todos aquellos que sufren por injusticias tan profundas y tan duras que les va la vida en ello. Son, si me lo permiten, la versión actual de aquellos "santos inocentes" a los que también apela la tradición, y que describen a aquellos cuyo martirio o pena, en su inocencia, les dio la condición de santos en la tradición cristiana. Mucho ha llovido desde entonces, y la sociedad que tenemos hoy es otra, pero personas que siguen sufriendo sin motivo y, con frecuencia, sin que reparemos en ello, son muchas. A ellas quiero dedicar esta que, como les digo, es la penúltima columna de este año.

Año, 2016, en el que ya podemos considerar que la andadura del siglo XXI empieza a estar cumplidita. Ya no son los primeros balbuceos del mismo, sino que nos hemos metido en más de década y media en esta centena, sin que los graves problemas estructurales de nuestra sociedad global tengan visos de ir a mejor. Ni mucho menos. Si ustedes echan un vistazo a las zonas más calientes del mapa, están más o menos igual que siempre. Se pegan en un lugar, se matan en otro y se lastiman hasta la extenuación un poco más allá. Iraq, Afganistán, varios focos en África, el conflicto palestino-israelí bien activo... y la carnicería más lacerante en términos cuantitativos, que suma y sigue en la nómina del horror con un nombre propio bien claro: Siria.

Allí, en todos esos lugares y en muchos más, hay inocentes -personas como usted y como yo, con sus cuitas, sus sinsabores, sus ilusiones y sus fracasos- que dan con sus huesos en tierra, amontonados, pisoteados, desgarrados o definitivamente triturados, simplemente por estar en el lugar equivocado en el tiempo equivocado. Es la población civil que, a pesar de las múltiples resoluciones y la norma taxativa de Naciones Unidas en relación con el derecho a proteger, en el que incluso un país tiene la obligación de atender a los nacionales de otros estados cuando su patria no les proteja, siguen estando al albur de las continuas infracciones de toda esa normativa, con un elevado -elevadísimo- coste en vidas humanas. Las personas siguen muriendo, personas como nosotros, reitero, simplemente porque en muchos lugares la vida no vale nada. Mucho menos que la bala que significa la muerte o la bomba que destruye sin piedad a los niños en edad más tierna.

No hay derecho, y esa senda continúa. La de la masacre de tantos inocentes que, a pesar de la evolución de los tiempos y de que nos creamos mucho más civilizados que antaño, no cesa ni hay demasiados mimbres para pensar que vaya a hacerlo en un futuro próximo. Es necesario un nuevo modo de diseñar la convivencia más allá de las fronteras de los países para que la tensión sea rebajada y hacer de este geoide un mundo más vivible. Porque nos va a todos y a todas en ello.

Santos Inocentes, pues, que hoy se tornan para mí en tantos seres humanos -de hoy, de ahora mismo- lacerados y pulverizados por la industria mortífera de la guerra. La guerra de guerrillas, la guerra de los drones, de las minas, de la inteligencia, de las armas biológicas o químicas y de la sempiterna amenaza nuclear. Qué más da. Al fin y al cabo, la miga de la cuestión es que muchos siguen muriendo hoy sin que nadie sepa por qué, en un eterno pogrom que va directamente contra la esencia de la humanidad que debería caracterizar, se supone, a los seres humanos.

Inocentes que siguen cayendo, aplastados, a pesar de que miramos para otro lado.

Y no es una broma.