Buenos días, en un año diferente ya. Hemos tomado las uvas y, miren por dónde, ya llevamos cuatro días de este recién estrenado 2017. Si es lo que les digo, que esto va a velocidad de vértigo, y estas piezas de veinticuatro horas en que hemos convenido parcelar nuestra existencia parecen contraerse cada vez más...

2017, un año que, como todos, seguro que ha nacido con un montón de retos personales e intransferibles para cada uno de nosotros. Para unos será hacer esto o aquello mejor, para otros retomar el nunca suficientemente valorado deporte, y para unos terceros, potenciar aquella afición que se había quedado en el tintero bajo otras capas de intereses variados... A esos retos personales se suman, además, aquellos en clave mucho más coral o colectiva. Metas como comunidad humana, en las que en este nuevo año habrá que dar pasos definitivos.

Tales metas, lógicamente, serán identificadas y priorizadas de diferente manera en función del planteamiento político, social o económico del grupo que haga ese ejercicio. Unos hablarán de que los retos más importantes para Galicia y los gallegos, por ejemplo, radicarán en el ámbito económico. Habrá personas que hablen de diferentes aspectos de la ordenación de la convivencia global. Y en otros ámbitos se desgranarán elementos, distintos, que también serán elevados al grado del mayor interés. Con todo, una panoplia de planteamientos que, sumados, darán una medida del caleidoscopio de las prioridades de todos nosotros y nosotras. Nada menos.

Sin embargo, soy de los que defienden que hay retos globales y universales, por arriba de cualquier planteamiento más particular de cada uno de los grupos de interés en que, como clases de equivalencia de un conjunto, podamos dividir nuestra sociedad. Y, dentro de todos ellos, los hay más notables y, por sus consecuencias, críticos. Para mí el más importante de todos, sin duda, es el demográfico. Y ahí o estamos finos ya, o las consecuencias serán terribles en un futuro. Porque en el presente, no nos engañemos, ya están ahí.

Hay tres formas, muy sucintamente, de que la tendencia imparable a nuestra muerte como pueblo cambie. La primera, políticas de Estado verdaderamente potentes en ese sentido en el ámbito familiar, con una financiación especial, a la altura del reto sin parangón que significa la cuestión demográfica. Y no hablo de cosméticos cheques-bebé o cuestiones similares, sino de una reflexión serena y plural sobre cómo hacer para que muchas de nuestras familias opten por convertirse en numerosas, con tres, cuatro o cinco hijos. Y eso sólo se puede hacer desde un apoyo suficiente y continuado de la Administración -o sea, de todos- para poder llevarlo a cabo.

La segunda, una política de inmigración verdaderamente potente, atractiva y orientada, sobre todo, a nuestro territorio más rural. Si nosotros no somos suficientes, tendremos que buscar a otras personas para que nuestra maquinaria social y económica no se pare. Y, asumido esto, habrá que poner los mimbres para ello. No les cuento ninguna primicia si les digo que, estando como están las cosas en más de un lugar, habrá quien -con todo lo que supone en términos de desarraigo y dificultad personal- no dude en hacer las maletas para venirse a este rincón de Breogán.

Y es que, si todo lo demás sigue fallando, en algún horizonte no lejano no habrá más vía que la tercera, la más novedosa y delicada, que implicará la búsqueda de nuevas soluciones ad hoc para proveernos de lo más preciado: las personas. Esto, como siempre, tiene que ir precedido de un proceso plural y dialogado que busque el máximo consenso social, donde no se pierda de vista el enfoque bioético pertinente, pero algo hay que hacer si queremos resultados diferentes a los actuales en el corto plazo. No sé si aquí entran políticas de "vientres de alquiler", de "madres-nodriza" o de cualquier otra solución innovadora que rompa la lógica hasta ahora establecida. No lo sé. Pero lo que está claro es que, siendo el núcleo familiar el mejor para que un menor se desarrolle, si estos no se activan como generadores de nuevos habitantes, habrá que desarrollar fórmulas alternativas. El precio de no hacerlo es demasiado alto.

Y es que este, el de la insoportable demografía adversa, es uno de esos temas donde quedarse como estamos no es mera inacción sino que significa, también, optar. Optar, sobre todo, por la muerte demográfica de nuestro pueblo. O se actúa, ya, o se habrá vuelto a perder una oportunidad. Y no es cosa sólo de un Gobierno o de una oposición. Lo es de toda la sociedad...