No sé yo, querida Laila, si el dictamen por unanimidad del Consejo de Estado sobre el Yak-42 será el San Martín de Federico Trillo, que siempre llega según la sabiduría popular. Yo lo dudo, dada la correa del personaje y "la insoportable levedad" de la moral política pública en nuestro país. Demasiados personajes siniestros hay en la política española que logran retrasar el veredicto sobre sus actos, indignos o crimonosos, hasta el juicio final, que viene a ser postverdad por antonomasia. En todo caso, empieza a ser lugar común que la trayectoria política de Federico Trillo se considere, cuando menos, turbia y obscura, dados sus eficaces trabajos en el alcantarillado de la Justicia española. Sus diseños y aplicaciones de ingeniería jurídica y judicial se hicieron notables en la desactivación del caso Naseiro, el primero de los tesoreros del PP imputados -que fueron todos- por financiación ilegal del partido y, a partir de aquí, prodigó sus habilidades unas veces para tapar delitos de los suyos y otras para acosar a sus adversarios, amén de utilizar a fondo los tribunales para obstruir decisiones políticas de los gobiernos frente a los que el PP ejercía o había ejercido la oposición. Así se convirtió Federico Trillo en el estratega jurídico del PP que fraguó un control sobre el poder judicial sin precedentes, por parte del Gobierno de su partido. Cada vez que surgía un problema del Gobierno que tuviese que ver con la Justicia o que cupiese la posibilidad de utilizar el Poder Judicial para imponer o combatir una medida política, allí estaba Federico desarrollando a fondo sus triquiñuelas y artimañas. Recuerdo, querida, que en las elecciones gallegas de 2005, cuando Fraga perdió la mayoría absoluta por un solo escaño, se plantearon problemas en el recuento del voto emigrante en Pontevedra y a Galicia fue enviado de inmediato Federico Trillo para salvar, por la vía de los tribunales, lo perdido en las urnas. Parece que fue el propio Manuel Fraga quien impidió las maniobras de Don Federico, aceptando los resultados "y punto", como él mismo diría; consciente quizá de que nada bueno suele salir de las marañas.

En circunstancias de normalidad democrática y cívica, Federico Trillo debiera haber sido expulsado automáticamente de la política y saltado de la vida pública en el año 2003, cuando se produjo el accidente de Yak-42, siendo él Ministro de Defensa. Y no solo por la evidente responsabilidad política sobre las causas y circunstancias del desastre, sino también por la infame y macabra gestión en el tratamiento de las víctimas y de sus familias, aun hoy tratadas mal por los poderes públicos de la patria por la que dieron su vida. Pero Federico Trillo no fue cesado y solo dejó el Ministerio de Defensa cuando el PP perdió las elecciones, lo que únicamente puede explicarse por "la insoportable levedad" de la moral política pública del país y por el aplastante peso que los siniestros servicios prestados por Trillo han tenido y tienen en el alto mando del partido. Mariano Rajoy lo expresó nítidamente cuando, en público, como hizo con personajes como Barberá, Camps o Alfonso Rus, alabó a Federico Trillo con estas esclarecedoras palabras: "Has estado siempre ahí ocupándote de temas que no vamos a calificar". Le faltó decir: "Te quiero, Federico ¡coño! Te quiero!" Pero bueno, a cambio lo nombró embajador en Londres nada más ganar las elecciones.

Camuflar ahora el cese de Trillo bajo un relevo natural en el cuerpo diplomático es otra iniquidad. La asunción pública de haber cometido una infamia es, querida, la única salida digna del Gobierno y conditio sine qua non para el reconocimiento oficial de la dignidad de las víctimas.

Un beso.

Andrés