"Mi madre decía: a mí me gustan las personas rectas. / A mí me gustan las personas curvas, / las ideas curvas, / los caminos curvos, (?) / lo diverso es curvo. / Y no me gustan las personas rectas, / las ideas rectas; / (?) no me gustan las leyes porque son rectas, / El pan es curvo / y la metralla recta. (?) / y huyo, es la peste, de las personas rectas". Jesús Lizano 'Las personas curvas'

Hace falta tener años para poder constatar que la libertad de expresión retrocede a pasos agigantados desde hace años. No solamente estoy pensando en las trabas que músicos, titiriteros, escultores y otras hierbas padecen y, en nombre de la moral, del buen gusto o con el objetivo de salvar la tradición, se imposibilita respirar el aire libre de hace décadas. Fíjense en la reacción ante los chistes de Carrero y recuerden los de Tip y Coll, en su momento.

De la prevención a la autocensura solo hay un paso, se ha impuesto la corrección política como norma para regular el qué y cómo se pueden decir las cosas en detrimento de la espontaneidad y del pensamiento libre. Los poderes imponen un régimen de miedo para no alterar a la caverna, la mediocridad para no herir sensibilidades.

Pero no estamos hablando solamente de la libertad de expresión de sesudos intelectuales o artistas, frecuentemente protegidos ante las mordazas por su propio prestigio, que dicta doctrina; esta correcta política de expresión está cada vez más interiorizada en la tertulia de café, en la reunión de compañeros de trabajo, de amigos, de vecinos; nuestros circuitos neuronales ya están bloqueados para contar chistes, para despotricar sin miedo, aún en la intimidad, sobre determinados temas, gentes, sectores, tendencias, modas, si no es in vino veritas. Me dirán que expongo oscuro estas ideas y que no ofrezco ejemplos de esa libertad coartada a la municipalidad por lo políticamente correcto; es cierto, para muestra este botón que acabo de confesarles.

La censura no es patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios, se cosecha en casi todos los países donde en apariencia se ejerce la llamada libre expresión; censura inferida o por decreto, pero los ciudadanos deben tener muy claro qué papel realmente auténtico les toca desempeñar en las relaciones con los poderes que sostienen a todo tipo de autoritarios que buscan silencios, induciendo a la autocensura que debilita y envenena, un estado en el que las palabras empiezan a temblar, incluso cuando son pronunciadas y entendidas como expresión de tolerancia.

Repensemos y es posible que venga a cuento leer a Carmen Martín Gaite y su poema Certeza:

"Me habéis amurallado / para que me acostumbre. / Pero aunque ahora no pueda / ni intente dar un paso, / ni siquiera proyecte fuga alguna, / ya sé que es por allí / por donde quiero ir, / sé por dónde se va. / Mirad, os lo señalo: / por aquella ranura de poniente".