Ah, fray capellán mayor, / don Enrique de Castilla, / ¿a cómo vale el ardor / que traéis en vuestra silla?

Coplas del Provincial, Anónimo (1465-1474)

Hace días que se nos mezclan en las noticias las originalidades, ya muy repetidas, del presidente Donald con el tarifazo de la factura de la luz y las luminosas, esclarecedoras explicaciones de sus causas por parte de gobernantes que actúan como corresponsales y testaferros de los grandes empresarios de las eléctricas, que -sin sonrojarse- dicen actuar en beneficio de los pequeños accionistas y sus dividendos.

Mientras tanto pasan dos cosas, por lo menos, una que sabemos muchísimo de carreteras con hielo y nieve, de niños que no pueden ir al colegio, del agobio en las urgencias de los hospitales; pero muy poco de los datos reales del nulo consumo de energía en casas que la tienen cortada o que no la usan porque no la pueden pagar. Algún reportaje pintoresco del sintecho ayudado por voluntarios con mantas y café caliente ya nos sirve para saber que el sistema funciona y podemos dormir tranquilos.

Pero es una lástima que aparezcan los que tocan las narices y quieren saber más, porque sospechan que las centrales de gas no están a pleno rendimiento, porque saben que estamos exportando energía especulando para que suban los precios ya desorbitados y todo eso sin contar con que ya tenemos claro que nuestros políticos y empresarios guardan todo el sol para los ingleses en las costas veraniegas, quizá intentando hacernos creer que si lo usamos para captar energía en las placas fotovoltaicas -incomprensiblemente cargadas de impuestos disuasorios-, los nórdicos no podrán tostarse como gambas.

Para que no nos entretengamos en estas nimiedades siempre hay un salvavidas que ayuda a los que vociferan en la tele y un libelo digital nos suelta de golpe una noticia con veinte años de solera sobre los asuntos de alcoba del emérito coronado y una de sus artistas, añadiendo el sorprendente dato de que los gastos derivados han salido del erario público. Pero vamos a ver, es cierto que esas peripecias no salen en los libros de texto de bachillerato; pero las de sus antepasados sí están documentadas; todas las actividades de alcoba, juerga y divertimento -y sus consecuencias- de estos personajes, sus nobles testaferros o sus ilustres palanganeros las hemos pagado siempre, en A o en B. Que no nos vengan ahora con exclusivas caducadas tendiendo cortinas de humo sobre nuestros bolsillos de cada día. De vampiros ya sabemos bastante.

La tradición de nuestra literatura tiene joyas de denuncia anónima, siempre perseguidas, como las Coplas del Provincial violento poema que pasa revista de Enrique IV para abajo, al final de su reinado a mediados del XV, con una alegoría en la que un convento de frailes y monjas es inspeccionado por el Provincial y se reproducen los usos y costumbres de reyes y poderosos, por todos conocidos; su importancia es grande para medir y valorar el inmoral poder de la clase dominante. Nada nuevo.