No conocí a Bimba Bosé. Su universo estaba muy distante del mío, por lo que dudo que tuviésemos a alguna persona en común. Su reciente fallecimiento me provoca el mismo tipo de sentimiento que acaece cuando fenece alguien a quien no conocía ni nunca había tratado. Y este se traduce en la natural empatía consigo y con los suyos, por un lado, así como un sentimiento de pérdida, que creo ocurre siempre que alguien se va. Lo siento, aunque no la conociese. No me produce la sensación aguda de dolor lacerante que a todos nos toca cuando la muerte impacta en nuestro entorno cercano. Pero eso no quiere decir que no tenga la sensibilidad suficiente para entender el dolor de los suyos, valorar al ser humano que se va, y ser consciente de la irrepetibilidad y de la singularidad de quien ya no está en la nómina de los vivos.

En este caso, sin embargo, al sentimiento que les detallo se une otro. Y es el de profunda pena, y vergüenza por lo que ha acontecido tras la muerte de esta persona. Porque los instintos más primarios se han visto en toda la caterva de animaladas, de nula sensibilidad, que ha ido vomitando el anonimato de personajes parapetados en la red. O, en otros casos, el postureo dicharachero y maledicente, en primera persona, de quien se cree con patente de corso de lastimar porque sí, supuestamente en nombre de unas convicciones sociales, políticas o religiosas que son respetables en tanto que propias, pero que adquieren tal valor a partir del respeto con que sean capaces de imbricarse entre las de los otros.

Creo que cualquier persona con sensibilidad, ante la muerte de alguien, tiene dos caminos. O habla para decir "lo siento", o algo parecido, o callarse. Decirle a la apenada familia de cualquier ser humano que muere cualquier cosa que no sea esto, es en sí una canallada. Y, si aún encima, uno se suelta la lengua para cuestionar algo tan íntimo como a dónde va a viajar o no esa persona finada en su tránsito espiritual, el que suscriba esas palabras está demostrando mucho más que mala baba. Es de mal gusto, no toca y supone un flaco favor a su persona, en todas las vertientes desde las que tales declaraciones se diseccionen. Francamente feo... ¿Alguien gana algo con ello? ¿O es que se busca la polémica porque sí, como una especie de marca personal?

Cada uno tiene derecho a decidir cómo quiere que sea su vida, siempre y cuando cumpla una máxima, que nunca ha de faltar. Y esa es, como no puede ser de otra manera, el respeto a los demás seres humanos. Y, respetando, la persona ha de exigir ese mismo respeto para sí y para los demás. Por eso me suena a pura chabacanería, cuando no a algo peor, lo que algunas bocas o plumas han soltado tras la prematura muerte de un ser humano. Alguien a quien, repito, yo nunca conocí y que me ha quedado siempre distante, pero que merece el máximo respeto en vida y, ahora, tras su muerte.

Por eso el título del artículo. Y es que verdaderamente siento vivir en una sociedad así. Un grupo humano donde parece que la frustración -cada vez más presente- y la rabia contenida subsiguiente, enciende a tantas personas en oleadas cada vez mayores de destrucción porque sí, sin más. ¿Cómo, si no es así, se puede entender que alguien pueda plantearse afear la muerte de alguien cuestionando un mensaje póstumo de su familia desde sus propios sentimientos, personales y que nadie tiene derecho a cuestionar ni siquiera a matizar? O, peor aún, ¿cómo pueden razonarse los mensajes francamente execrables tras el óbito, que han buscado que crezca la cizaña donde solo debería haber flores? ¿Hay tanto odio en nuestra sociedad?

Por eso digo "lo siento", sí. Porque me da pena que, en vez de buscar un camino personal de búsqueda de la coherencia, la paz personal y la felicidad a la manera de cada uno, haya una parte de la sociedad que se afana en destrozar, romper y desmembrar la vida -o la muerte- de los otros, al precio que sea. Y, en este caso, explícita y literalmente, todo esto se ha visto en bastantes mensajes emitidos que nada tienen que ver con la empatía, el calor humano, la comprensión, la solidaridad, el respeto o, incluso, la piedad.

Lo siento, Bimba. Descansa en paz.