No tengo duda de que la gente común aspiramos a tener una vida tranquila y, si puede ser, confortable. A medida que el tiempo avanza y con él nos hacemos mayores nos esforzamos para contribuir a la felicidad propia y a la de los que nos rodean y así lo hacemos con las cosas que de nosotros dependen. Queremos el bien, pero no siempre hacemos el bien. En aquel sistema educativo tan denostado de los años 70 y 80, que por cierto formó a grandes médicos, abogados, arquitectos, electricistas, fontaneros y tantos otros profesionales, se aprendían cosas en las escuelas que no se nos olvidarán nunca. También algunas coletillas que aún hoy utilizamos para enseñar a nuestros hijos o dar pinceladas culturales a nuestras afirmaciones. Esto me sucedió, por ejemplo, con las clases de Filosofía que recibí de un jesuita que se llamaba José Luis Castro, un hombre bueno con una formación humanística profunda. Él me explicó el imperativo categórico que enunció Kant, el viejo filósofo, que desgraciadamente no está de moda. Su enunciado rezaba algo así: "Si deseas un mundo mejor compórtate como si la máxima de tu voluntad o condición fuera a ser declarada Ley universal para todos los hombres". La interpretación es sencilla pero su aplicación no tanto. Si todos pusiéramos al servicio de los demás lo mejor de nosotros mismos tendríamos un mundo mejor porque el daño que no queremos para nosotros no se lo haríamos a nadie. Pero el mundo en que vivimos no es así. Vivimos en un sobresalto permanente. La globalización nos ha traído cosas buenas, pero también nos ha acercado a problemas que no generamos pero que padecemos. Cada día buscamos en los medios de comunicación desgracias nuevas que nos afectan psicológicamente y por ende en nuestro estado de ánimo. No podemos sustraernos a la realidad que otros nos imponen. Hoy por hoy, vemos que los gobernantes del mundo parecen dedicar más tiempo a generar los problemas que a solucionarlos. Hemos cambiado progreso por destrucción y el resultado es un mundo de injusticias cuya crueldad sobrepasa con creces el raciocinio de los humanos. Como si no, podemos explicar decisiones absurdas que provocan dolor y sufrimiento y no aportan bienestar alguno. Y es que el mundo lo estamos haciendo así y lo que es peor, lo estamos consintiendo, porque hoy la inmensa mayoría de los gobernantes acceden al poder con el voto de los ciudadanos que pretendemos la paz. Parece un sinsentido; aspiramos a la paz y generamos gobernantes que buscan el enfrentamiento y crean diferencias que rompen los equilibrios. Toca pues invitar a los mandatarios a leer Filosofía o por lo menos a leer, porque los libros recogen pensamientos, ideas y experiencias históricas que, aunque escritas hace muchos años, parecen retratar escenas del presente. No estamos condenados a repetir errores, sí estamos obligados a aprender de ellos y como no olvido a Kant, solo pido que llegue la hora de los hombres buenos, de aquellos que quieran para los demás lo mismo que para ellos desean. Nos queda elegir entre un mundo incómodo y Kant, nosotros decidimos.