Buenos días! No sé ya si, después de las azarosas visitas de Kurt y Leiv, siguen ustedes con ánimo para que les siga diciendo eso de que demos la bienvenida al invierno, y que ya habrá tiempo para el verano... En todo caso, parece que el líquido elemento que nos hace felices y fuertes ha llegado, y espero que no se retire del todo después de la tregua que nos ha dado la meteorología, y en medio de la cual escribo estas líneas para que, milagros de la tecnología, después sean procesadas a velocidad vertiginosa, y lleguen a ustedes, negro sobre blanco.

Decía que el agua ha llegado ya, y me cuentan que el espectáculo ha quedado servido en muchos de nuestros sitios más singulares. En Ézaro, por supuesto, en esa maravilla de la naturaleza que se precipita directamente al mar después de atravesar la mole de granito rosa del siempre mágico Pindo. O en el Toxa, en el Belelle y en tantos otros lugares donde el agua, bien por sus caídas naturales, por su bravura en las torrenteras, o por la amplitud de su lámina, termina embelesándonos.

Y es que la naturaleza es siempre bella y singular, irrepetible y maravillosa. A veces hace falta tener los ojos apropiados para saber disfrutarla y contemplarla, pero ella está ahí siempre. Y la comprensión de toda su magia nos hace mucho más sabios para entenderla y, como no, para cuidarla.

Quizá esa actitud de comprensión profunda, como paso previo para poder entender e intervenir, pueda ser muy apropiada también en otro de los ámbitos sobre el que suelo compartir opinión con ustedes. Me refiero a la educación, hoy en el punto de mira de una sociedad preocupada por ella, y a la que he tenido la suerte de, de una forma más o menos intensa según la época y con algún que otro paréntesis, dedicarme durante los últimos veinticinco años.

Y es que, al menos sobre el papel, quedan lejos los tiempos de las intervenciones miméticas y uniformizadoras, válidas en cualquier caso. Momentos en que, al margen de las circunstancias y características del alumnado, las recetas eran siempre iguales. Hoy sabemos que esto no puede ser así, y que -independientemente de que sea muy importante asegurar unos contenidos y un proceso de aprendizaje- hay que desarrollar diferentes estrategias, siempre complementarias entre sí, para alcanzar los objetivos previstos. Se trata de comprender, por tanto, de contemplar y de descubrir, para poder intervenir. Se trata de focalizar en la tarea, que no es otra que la transmisión no sólo de conocimiento, sino de motivación, de una sensibilidad y preocupación por el entorno humano y natural, y un contagio de la alegría natural por vivir, por saber, por crecer y por poder compartirlo con los demás.

Y aquí ha de estar muy presente el fenómeno de las inteligencias múltiples. A algunos se nos dan bien los números o las letras, por ejemplo. Pero otros seres humanos, ya desde pequeños, son capaces de expresar con el movimiento sus propias sensaciones. O lo hacen a partir de lo que crean con un sencillo lápiz y un papel. O dando forma a los materiales más diversos, hasta extremos insospechados. O hilvanando notas y desarrollándolas con cualquier instrumento musical. Todo un caleidoscopio de posibilidades que conforman una enorme riqueza, de valor incalculable, y que se revelan como diferentes vías para llegar a una excelencia que no sólo tiene que ver con lo más comúnmente identificado como tal. La aceptación de las inteligencias múltiples permite descubrir muchas más posibilidades... Y, desde luego, entender mucho mejor a nuestros alumnos y alumnas, y tratar de contribuir a definir el mejor itinerario para ellos, pensando en su futuro, sus gustos e intereses, sus capacidades y sus potencialidades.

Y es que todo en la vida, como me decía ayer un amigo, es un lenguaje. Las Matemáticas, tan fatalmente explicadas muchas veces desde planteamientos netamente memorísticos, son una realidad que fluye y que te propone sumergirte en mundos francamente fascinantes. De la Física y sus entresijos ya hemos compartido aquí mucho, desde una concepción casi ontológica, ligada a aquellos problemas que los clásicos plantearon y sobre los que, en bastantes casos, seguimos sin poder pronunciarnos demasiado. Y la Música, la Estética, la Retórica o la Danza son, en sí, universos paralelos y, a la vez, interconectados, que crean su propia lógica y código. Todo sirve para expresarnos. Y, por todos esos caminos y muchos otros, podemos alcanzar niveles de discurso que a los demás lleguen y enriquezcan. Todo sirve para crecer un poquito, día a día...

Es por todo eso que ahora miro de forma diferente a aquellos a los que debo comunicar unos conocimientos, de forma más formal o más informal. No los considero más o menos capaces en esto o en aquello. Simplemente, me propongo descubrir cuál es el ámbito de su inteligencia múltiple en el cual esa persona tiene más recorrido. Y regalarle, al margen de lo que le tenga que contar o, si procede, también evaluar, una opinión fundamentada de cuál puede ser el terreno donde mejor pueda expresarse...