Tengan buenos días, señores y señoras. Y lo hago metidos ya en esta última cuesta abajo del invierno, que nos está trayendo días soleados y generosos. Espero de verdad que los hados les sean propicios y que, ya metidos en esta faena cotidiana de ir viviendo, les vaya realmente bien. Así, si cada uno en lo personal está un poco más satisfecho, seguro que lo de todos se torna un poco más amable y bonito, que -viendo el panorama- falta hace... ¿No?

Y, una vez saludados, voy al grano con el tema que hoy les propongo... Es algo sobre lo que tenía ganas de volver hace tiempo ya y que estos días, de refilón, es un tema vivo en la ciudad a raíz de la cancelación de un par de conferencias de Josep Pàmies, cuyas ideas sobre la etiología de ciertas patologías o sobre el tratamiento de las mismas de forma natural, utilizando plantas medicinales, han sido tachadas de no tener base científica alguna. Sin conocer a este señor, su trayectoria o la lógica en detalle de sus planteamientos más allá de lo que dice la prensa del día, y sin saber si este caso estaría catalogado dentro de esta categoría o no, la polémica a su alrededor me sirve de excusa para, más en general, hablar de una industria millonaria cuya base es el engaño y, entiendo, la estafa. Una industria que campa a sus anchas sin que nadie haga nada o, si lo hace, sin que se note lo más mínimo...

Y es que hoy les quiero hablar de pseudociencias. O, lo que es lo mismo, afirmaciones rotundas, muchas veces compartidas por muchas personas, pero que no tienen ninguna base científica o, aún peor, que son absolutamente aberrantes desde dicho punto de vista fundamentado. Un problema con diferentes derivadas, alguna de ellas con posible incidencia en la salud pública, y que, como les digo, factura cada día mucho dinero sin que sus servicios valgan absolutamente para nada.

El tema de las plantas medicinales es especialmente complejo y difícil de abordar. Es bien cierto que muchos de los principios activos de las principales especialidades médicas provienen de las plantas, y que su uso está certificado y avalado por muchos estudios científicos, que reconocen así las bondades de la medicina tradicional. Es por eso un terreno especialmente farragoso, donde hay que ser experto en la materia para poder dilucidar quién afirma algo que es verdadero, o quién tiene otro tipo de intereses cuando plantea una divergencia respecto a lo comúnmente aceptado desde el ámbito científico. A nadie se le escapa que la industria farmacéutica también tiene aquí sus propios y claros intereses, pero elementos hay objetivos para poder discriminar entre la palabrería y lo que tiene una base fundamentada. Ahí les dejo a los expertos que opinen.

Pero hay muchos otros campos donde las pseudociencias están muy en la realidad cotidiana, con disparates profundos y hasta anunciados en televisión, y donde nadie hace nada. Desde echadores de cartas para conocer un futuro que es imposible conocer porque no existe aún, hasta todo tipo de remedios estrella, para casi todo, que no son más que -en los mejores casos- un placebo. Pasando, claro está, por el horóscopo.

El futuro no existe. El futuro es la forma que tenemos de llamar a los presentes que vendrán más allá del momento en el que estamos siendo conscientes de la existencia del yo y el ahora. Y ese futuro, por tanto, no puede ser enlazado por ningún tipo de vector que nos "conecte" con una realidad que no se ha verificado aún. Y que, por mero indeterminismo, no sabemos cómo será. Podemos suponerla, estimar determinadas probabilidades de que esto o aquello suceda o, en una lógica borrosa, hasta definir escenarios posibles y, a partir de un cierto feedback de la realidad, intentar recrearla. Pero no existe. Ni nada nos asegura que vaya a existir. Y, mientras, una miríada de tramposos hace su agosto a partir de la credulidad de quien recurre a ellos, políticos y personajes supuestamente influyentes incluidos. ¡Qué miedo!

Lo mismo sucede con el horóscopo. La forma relativa de una constelación, que no es otra cosa que estrellas lejanísimas entre sí y que no tienen nada que ver, pero que se nos antojan formando una determinada figura desde La Tierra, no influye ni en nuestro carácter ni en nada en nuestra vida. Mentira. Y, sin embargo, hay quien habla de la Carta Astral y otras cuestiones parecidas. Nada de nada. No tiene sentido.

Que no le vendan agua imantada. Porque el agua es un material diamagnético, y no puede ser magnetizada. Quizá si la misma tuviese un alto contenido de partículas de hierro, ferromagnéticas, las mismas podrían experimentar una ordenación o algún otro fenómeno mientras se les expusiese a un campo magnético intenso, pero poco más. Lo que le cuenten sobre este producto supuestamente bueno para la salud entra, directamente, en el terreno de la fe. Y ahí... usted mismo.

Podríamos seguir y seguir... Porque se ve que nuestra sociedad necesita certezas y, cuando no las tiene -ya hemos hablado sobradamente de los actuales "tiempos líquidos"- las inventa. Y aquí reside el caldo de cultivo de las pseudociencias... Pero ya sabe usted, igual que para que exista el fuego hacen falta combustible, comburente y energía de activación en forma de una llama, para que estas triunfen no sólo hace falta el farsante, que de estos hay a puñados. También se necesita un crédulo. Usted no lo sea, por favor. Y, si necesita certezas, busque a un amigo y socialice. O pregunte a quien tenga criterio en la materia, si es el caso de que usted considera no tenerlo. Pero que no le vendan ni el futuro, ni complejos activados para enzimas hidrolíticos procariotas que actúan sobre las mitocondrias ortogonales al plexo solar, ni humo. Sobre todo, que no le vendan humo...