"Los españoles han echado al último Borbón, no por Rey, sino por ladrón".

Ramón María del Valle-Inclán.

Un día como el de hoy, martes de Carnaval, pese a que vemos lo que vemos a diario, en la mayoría de casos, somos complacientes con nuestra realidad mientras damos cuenta -a mantel puesto- de las diferentes partes del puerco degustadas en estas fechas además de los postres y licores; en resumen, estamos satisfechos ya que hemos protestado con unas cuantas coplas o chirigotas, nos hemos burlado del poderoso con un gracioso disfraz, nos rebelamos mandándonos mensajes al móvil con montajes ocurrentes criticando y burlándonos de Blesa, Rato, la Infanta, su socio, el presidente murciano o cualquier otro que estos días esté en el candelero judicial sin pisar penitenciaría alguna.

Esta es la realidad; incluso cuando tratamos de cambiarla, aceptamos a la perfección que gran parte de lo que vemos sirve para sustentar aquello que internamente valoramos de forma negativa y elevamos a héroes que encarnan lo mejor de la sociedad a los dudosos que, a pesar de no tener un comportamiento ejemplar, suponemos que gozan de un buen fondo.

Podemos escoger tres enfoques al enfrentarnos con estos personajes, desde abajo, los admiramos; nos compadecemos de su realidad de igual a igual o nos elevamos moralmente y los juzgamos.

En la trilogía Martes de Carnaval (1930), Valle-Inclán no habla de la fiesta de hoy, habla de Marte, el dios de la guerra, y de los "martes", los poderosos y sus ejércitos ridículos en una especie de Carnaval perpetuo, en un esperpento.

Así explicaba Valle-Inclán qué es el esperpento, proyectar una imagen grotesca de la realidad para poder apreciarla mejor, plasmando en las voces de sus personajes las críticas directas al sistema según le importa. Allí fueron reunidas por compartir críticas sobre todo al estamento militar o sobre el concepto de honor y además de, por supuesto, ser una corriente de pensamiento generalmente contraria a las fuerzas superiores: gobierno (críticas a Primo de Rivera), Iglesia (justificadora generalmente del honor calderoniano) o el ejército, como revelan las actitudes de los personajes militares de los tres esperpentos (valgan sus personajes principales: el profanador Juanito, el desgraciado don Friolera y el golpista General).

Nos puede sorprender y desagradar que alguien se haga con el atuendo de un enterrado, o que se asesine a quien se ama por la honra o que, ante un equivocado asesinato, haya quien trate de sacar provecho; pero lo cierto es que nuestro mundo está repleto de casos peores, y al final lo que más nos duele es que Valle-Inclán esté apuntando a las llagas que como sociedad tratamos de ocultar.

Estos tres esperpentos no son solo una denuncia contra la corrupción del ejército, contra los "martes", militares fantochescos, ellos solo son el símbolo de una sociedad corrupta por acción de corruptores y corrompidos o por omisión de los espectadores, nosotros, que ya no necesitamos tantos espejos deformadores para saber de qué realidad somos cómplices.