Salud, amigos y amigas. Y mucho sol y mucho aire libre en esta primavera que ya ha entrado, y que viene fenomenal para sacarse el óxido del invierno. Aunque no tanto, porque ni este ha sido demasiado riguroso, ni están todas sus naves quemadas, según se cuenta. Y es que dicen en los mentideros del tiempo que algunos de los próximos días serán peludos, y que arreciará el temporal. Pero pasará. Ya saben que, después de este, siempre viene la calma...

En todo caso, casi todo el pescado de este invierno está vendido ya. Es oficialmente primavera, a pesar de los coletazos que se anuncian. Y, a partir de aquí, vendrán nuevas estaciones, incluyendo nuevos inviernos y primaveras, en un ciclo que a veces nos puede parecer eterno. Pero que, como todo en nuestra existencia, incluyendo al observador, es efímero. Breve, aunque a los ojos de un chaval en sus primeros veranos escolares pueda parecer mucho más largo. Casi un suspiro en los tiempos largos de la Historia. Y es que sí, todo llega y todo se va.

Ese es mi tema de hoy, la levedad de la existencia, en unas líneas escritas en el Día Mundial de la Poesía. Lo poco que estamos aquí y, seguramente, lo poco también que lo aprovechamos. Y no lo expreso de forma inconexa con la realidad, créanme, a modo de floritura o recreación meramente teórica. Más bien todo lo contrario. El tema surge a raíz de una visión sobre cuáles son los grandes titulares que adornan hoy y casi siempre nuestras portadas. Asuntos crematísticos relacionados con la codicia o la avaricia, gestión del poder en las organizaciones partidarias y partidistas y una miríada de sucesos -hoy, aquí- relacionados con lo que ocurre en sociedades donde la desigualdad es importante, la tensión creciente, y la fractura social amplia. ¿Es eso lo que nos interesa? Si a eso sumamos el circo con el que hemos aderezado parte del ocio, queda poco espacio para los referentes positivos. Para el emprendimiento en el sentido más amplio y genuino, para el diseño de una nueva sociedad que ensaye y plantee alternativas, o para una reafirmación sin fisuras de valores universales como la justicia, la solidaridad y la paz.

Hoy la sociedad se nos está volviendo más yerma. Más individual y más individualista. Más autárquica. Mucho menos de colorines. Más indiferente, como única forma de conseguir un cierto respeto -de pega- a la diversidad. Replegada sobre si misma y sobre meros argumentos de legalidad, mucho más allá de lo onírico de, simplemente, soñar y construir cada día algo diferente. Y rodeada de cantidades indigeribles de información que, por exceso, tapan los detalles más elementales y, muchas veces, el hilvanado más nimio de todo ello. Es difícil soñar hoy, sí. Mucho más que en un pasado reciente y, seguramente, más difícil desde otros puntos de vista.

Y, en medio de todo ello, el yo. Ejércitos de personas que luchamos en batallas propias e intransferibles, casi nunca conocidas por los demás, aunque casi todo el mundo opine de casi todos los demás. Y personas leves, sí. Frágiles en términos de una existencia rápida, y fuertes por su capacidad de reinventarse, a veces hasta la extenuación. Ese es el marco en el que nos movemos. Un contexto en el que, sinceramente, me gustaría una sociedad mucho más brillante, con propuestas diferentes, un arco ideológico verdaderamente más variopinto, y donde el hecho de estar vivo sea el principal activo con el que nos enfrentamos al mundo cada mañana. Días de primavera con reflexiones que les dedico, y de las que espero sus respuestas. Días efímeros, que se concatenan y se suceden, y naufragan en medio de la noche para desembocar en otro de sus congéneres. Días. Simplemente, días...